BIENVENIDOS!

Un espacio entre nosotros, dedicado a liberar esa carga, ese comment reprimido a punto de explotar y que solo un buen vino y una buena charla lo saca!

Adelante este es tu espacio, comenta, critica, opina, descarga y se libre de pensar y sentir..

sábado, 26 de marzo de 2011

Mi metamorfosis

Hoy amanecí diferente. Fue cuando me levanté que noté que algo no estaba como normalmente suele estar. No es la primera vez que siento esto, han habido varias veces que he sufrido esta metamorfosis, y no lograba descifrar qué era, hasta esta mañana. Tan pronto me levanté y me miré al espejo descubrí la razón. Me estoy convirtiendo en cangrejo.

Pero no de cualquier especie, soy un cangrejo ermitaño, pertenezco a la familia de los “pagurus bernhardus”, como dirían los expertos si analizaran lo que estoy viendo en este momento frente al espejo, creo divisar pequeñas antenas que salen de mi cabeza, intento agudizar mi vista y mi piel se torna color cobrizo, en un intento de frotar mis ojos porque no puedo creer lo que veo, casi me lastimo, descubro que tengo unas tenazas tan grandes que no logro apuntar a mis ojos. Lo más extraño de todo, es que me siento bien, tal vez no debería, pero me siento bien. Salgo y miro a mi alrededor para detectar otras señales de cambio, mi esposo me saluda como siempre, creo que no lo ha notado aún. Será cuestión de tiempo pienso, mientras me encierro en mi taller para pintar.

Es el comienzo de una Era que dio un paso a finales del año pasado cuando mis hijas se fueron a estudiar lejos, es normal para cualquier familia querer exportar a sus hijos a estudiar, pero el caso es que en ésta ocasión eran las mías; mis gemelas, las que nacieron justo cuando mi vida perdía sentido, las que hicieron historia conmigo en cada paso que dimos, mis compañeras de lucha, de cuentos y novelas, de risas y de llantos, de complicidades y aventuras. 20 años de entrenamiento intensivo y se fueron. Se fueron a vivir su propia vida, a luchar sus propias batallas, a construir su propia historia, porque así tiene que ser… creo que mi abdomen ha comenzado a endurecer, a puro aguantar el llanto y controlar mis emociones, mi caparazón se hace duro.

Como todo crustáceo, me corresponde acomodar mi nueva etapa, poner las cosas en su lugar nuevamente después de este desajuste emocional, comenzar de nuevo. Prefiero pensar en positivo, tomar lo bueno como la propaganda de la coca cola. Debo tapar el hueco gigante que dejaron en mi vida diaria. Hay muchos cambios internos, decido dedicarme a pintar y a escribir. Eso me transforma en ermitaño, pero me llena. Cada quien libra sus propias batallas a su manera, yo consigo ganar las mías, pero de una en una. “La vida es de los valientes”, decía mi abuelita, pero como no aclaraba si se refería a la vida humana solamente, decido ser un cangrejo valiente.

Mi metamorfosis va en proceso y mientras pasa, me fortalezco de las cosas buenas que tengo alrededor, de la lluvia que moja mi grama, del sol que me calienta en la mañana, de la discusión que me dice que existo, de la reconciliación que me dice que amo, del aire que me recuerda que vivo, del mar que me mira calmado, de la luna que comparto con mis hijas, de mi hijo y su sonrisa cómplice, de su presencia que me deja ser madre, de la bendición que siento de mis padres, de la distancia que me hace extrañarlos, de mi esposo que acolita mis pasos, de mis amigas y sus palabras de aliento, de las críticas porque me pulen, de la vida porque Dios existe, de Dios porque me da la vida, de este blog porque llegó a tí, de tí porque lees mi blog.

domingo, 20 de marzo de 2011

Una lección que no olvidaré

Hablando de todo un poco, recordaba anoche con mi amiga Rosario, los cuentos que aún tengo pendiente por contar. Tengo la impresión que probablemente haya descubierto la cura para el Alzheimer, pues con un par de copas de vino, me acordé de muchísimos, mejor comienzo a contar, antes de que el efecto me pase.
Sin embargo tengo el deber de anticiparle en esta ocasión, que si sufre del corazón o es fácilmente impresionable, usted está leyendo bajo su propio riesgo. Recomendación de mi abogado, que prefirió no leer.

Hace muchos años, no les diré cuantos, en cada vacación que podíamos, mi papá nos llevaba de recorrido por varias poblaciones de mi país, viajábamos siempre en su típica camioneta blanca doble cabina que duró varias décadas de recorridos, siempre estaba “flamante”, era la palabra favorita de mi papá cada vez que sacaba su camioneta del taller, después de bajarle la máquina por enésima vez; no tenía cinturones de seguridad, porque no era una exigencia en un principio y cuando años después lo fue, mi papá solucionó clavando una correa de pantalón arriba de la ventana, y cruzándola diagonal por el pecho se sentaba sobre la otra punta y listo, tampoco funcionaban los limpia parabrisas, había que sacar la mano en plena lluvia para moverlas más rápido o más despacio, dependiendo de la fuerza del aguacero; la palanca de cambios tenía un movimiento libre, uno debía adivinar, por la velocidad y el esfuerzo del motor en qué marcha estaba, por supuesto que mi papá la conocía tan bien que no le hacía falta adivinar, él y su camioneta flamante, eran uno solo; incluso tengo la impresión que lloró cuando alguien ofreció comprarla, un año en que yo pensaba que no se vendería sino como chatarra vieja.

Esa camionetita “flamante” nos sirvió por varios años en nuestros viajes de aventura, ya sea para participar de alguna celebración popular, descubrir algún pueblo perdido en la montaña o cuando íbamos de cacería para que mi hermano aprenda a disparar escopeta, cosa que a mi siempre me enfurecía hasta las lágrimas, porque venía como trofeo, trayendo pajaritos tan pequeñitos que los perdigones ya no dejaban ni plumas que descubrir. En fin, así fue como comencé a conocer las costumbres de mi país, entender la mentalidad de las comunidades indígenas y respetar a su gente y su cultura.

Recuerdo como si fuera ayer, (tal vez el efecto del vino ha comenzado a pasar, porque no me acuerdo donde ni hace cuantos años fue) el asunto es que llegamos a alguna festividad folclórica, en alguno de los pueblitos indígenas de mi sierra ecuatoriana, que comenzaba a festejar al Santo Patrón, en esta mezcla increíble que resultó de la introducción del cristianismo a la santería y espectáculos paganos en la época de la conquista y que aún hasta hoy se celebran con actividades heredadas por años, que van desde misas cristianas hasta danzas populares y sacrificio de animales; la gente salía de la misa del medio día, con la bendición del santo cura y el “Prioste Principal”, (nombre de honor, respeto y autoridad que se da un personaje de la comuna, elegido un año antes como el más popular, para que financie los gastos de comida y bebida que han de venir un año después); comenzaba la música con la banda de pueblo, entre flautas rústicas, bombos y platillos, unos danzantes ponían el color y el ambiente se contagiaba, mientras el licor comenzaba a recorrer por los conocidos y desconocidos que iban aglomerándose en la Plaza central.

Mi papá ubicó su camioneta en un lado de la carretera, de manera que podamos acomodarnos convenientemente para disfrutar el espectáculo que iba a comenzar y que no teníamos idea como iba a terminar.
Comienzan los fuegos artificiales, hombres, mujeres y niños se reúnen disfrazados, en espera de la llegada del Prioste principal y los Priostes menores. En medio del jolgorio, vemos salir a unos hombres a caballo ataviados elegantemente, dando a entender que eran los esperados, mientras la gente en su algarabía, danza y corea las canciones tradicionales, otros hombres traen en hombros dos troncos largos de madera, a los cuales estaban amarrados por las patas, 12 aves vivas entre gallinas, gallos, patos y gansos. La ceremonia de “Entrega de Gallo” comienza a dar forma, los Priostes rodean la plaza danzando con los troncos al hombro, cada palo con media docena de aves que aleteaban desesperadas intentando fallidamente zafarse. La gente sigue a los priostes en su danza. Una vez recorrida la plaza, los palos con sus aves, son colocados en el suelo, frente a la Iglesia. De pronto uno de los jinetes a caballo, toma la primera ave desde sus patas alzándola como trofeo, comienza a hacerla girar en el aire mientras galopa entre la gente abriéndose paso, la multitud corre detrás, siguiendo con atención los aleteos exasperados del ave, hasta que el jinete lanza el ave por los cielos lo más lejos que puede.

En un momento de aquellos que tengo grabado en mi memoria, observé uno de los rituales más impactantes de mi vida, tenía como 7 años. Veo a la gente corriendo detrás del gallo que ansía tomar vuelo y escapar de esa turba de seres humanos; sin lograrlo va cayendo al instante en que uno o varios lo agarran de donde pueden, despedazando sus partes en el intento. Unos con la cabeza, otros con las patas, alas y los más afortunados con gran parte del cuerpo, se disputan los pedazos para regresar a la plaza a mostrar su trofeo bañados en sangre, sudor y alcohol, mientras otro jinete comienza el ritual esta vez con un pato o un ganso. Así con la siguiente y la siguiente, hasta terminar con todas las aves. Pocas veces algún avispado corredor, lograba salvar la vida de alguno de estos infelices emplumados alcanzándolo antes que todos y escapando de la jauría de bárbaros que volvían por más.
Una vez finalizada la función, todos aportan satisfechos, con sus pedazos de trofeo conseguidos, para la comida general que preparan las mujeres y que durará 8 días más.

Si no hubiese tenido la apaciguada explicación de mi padre sobre lo que acabábamos de ver, seguramente en este momento, les estaría escribiendo esto desde un sanatorio mental.
Los indígenas celebran el Inti Raymi o ceremonia al dios sol y a la Pacha Mama, que es la tierra, en época de solsticio, para agradecer por las cosechas, es una tradición pagana que viene desde la época de los Incas, una herencia cultural del Tahuantinsuyo que incluye sacrificio animal, en espera de un mejor año cada vez. No hay nada por qué alarmarse. Regresamos a la camioneta mi hermano y yo, sin parpadear, tratando de asimilar la lección de folclore e historia Inca que acabábamos de presenciar, sentados desde un palco natural de tierra y grama.

martes, 15 de marzo de 2011

Terapia para la paciencia

Hoy recibí una clase de psicología aplicada al comportamiento humano. Fue un día completo de terapia emocional con énfasis en la paciencia, un ejercicio para la psiquis estresada de cualquier ser conciente. Fui al Seguro Social para sacar mi carnet.
Según los especialistas en problemas de índole psicótico social post-traumático, el procedimiento en un momento de stress recomienda relajarse, en caso de descontrol hay que aplicar la terapia de respiración profunda, con los ojos cerrados, pensar en la paz mundial mientras se pronuncia el OMM… Creo que apliqué todos los pasos, excepto el OMM.
Era mi tercer intento por sacar este bendito documento que me traía tirándome de los pelos cada vez que me acordaba; mis dos intentos fallidos anteriores se debieron, según los expertos psicoanalistas, a una falta de comunicación documentaria entre mi yo externo y el yo del caballero sentado en la burocrática silla desde hace dos períodos presidenciales.
Llegué por tercera ocasión puntualmente a las 9:00 de la mañana, esperando tener el privilegio de ser atendida prontamente, craso error; tomé el número como corresponde, me tocó el 91, miré la pantalla, atendían al 57, conté en mi mente, me faltaban 34 números, respiré profundo y me resigné a esperar, es ahora o nunca me dije. Busqué acomodar mi ansiedad en una de tantas sillas deterioradas por el peso del tiempo y le di mi voto de confianza al Sistema.
Frente a mí había una televisión que colgaba de la pared, sintonizando un canal de novelas pero con el sonido en silencio, me resigné a adivinar los diálogos mirando solo las escenas, que en el caso de estas típicas telenovelas latinoamericanas, no es tan difícil adivinar el argumento.
Esperé 1 hora, 2 horas, mientras la gente llegaba y se acomodaba uno a uno, resignados x su triste futuro igual que el mío; todos con la misma cara, esa expresión infinita de conformismo que provoca la frase: “tome su turno”, en mi proceso de observación, como dirían los expertos, llegué a una conclusión interesante: todos hacemos lo mismo. Es como una rutina automática enclavada en lo profundo del hipotálamo derecho del cerebro humano: toma el número, lo mira un segundo, trata de descifrar para qué diablos existe la letra izquierda del numerito, mira la pantalla, vuelve a mirar el papelito del turno que sacó, cuenta la diferencia, respira profundo y se desinfla; eso sí, cada uno hace un gesto diferente, unos soplan la resignación, otros aspiran la frustración, unos gruñen la impotencia, otros simplemente se rascan la cabeza porque quedaron atorados contando el montón de números que lo separan. Al final, todos aceptan su destino.
Pasa una hora más y la impaciencia comienza a abrumarme, me pregunto porqué se demora tanto, intento fallidamente en averiguar y esta vez es el sistema el que está lento… No hay nada que hacer, me mandan a sentar y esperar nuevamente porque las computadoras han aprendido muy bien su parsimoniosa labor burocrática. Regreso incómoda y resignada a mi silla, ya me he visto todos los programas de este canal mudo, el cansancio y el aburrimiento pueden más, de pronto envidio al caballero de al lado que se ha quedado profundamente dormido, seguramente no siente las horas pasar; que lento pasa el tiempo cuando uno se entretiene… pasa 1 hora más, escucho la conversación de las señoras de atrás que se cuentan mutuamente sus males y sus dolores, al fondo un niño llora incansable, la gente sigue mirando la televisión, intrigados por las noticias que ahora pasan y que nadie sabe que mismo sucede; me desconecto, el ambiente esta tan denso que creo que estoy entrando en un estado catatónico, no respiro, no me muevo, ni siquiera parpadeo, puedo controlar hasta los latidos de mi corazón, no escucho nada, la televisión no tiene sonido claro, casi todos duermen. De pronto alguien estornuda y regreso a la realidad, me doy cuenta que el tipo que atendía se fue hacía un buen rato, me levanto a preguntar y me dicen con la misma indiferencia con la que atienden, que el encargado se fue a almorzar. Se fue a almorzar! Llevo 4 horas sentada esperando que me atiendan y el señor se fue a almorzar! Reclamo y claro, era de esperarse, nadie más puede solucionar mi trámite. Me mandan a sentar nuevamente. Pierdo la paciencia. Lo siento, mi psicología aplicada tiene un límite. Salgo furiosa del lugar porque tengo que llevar las compras que tengo en el auto a la casa, no sin antes quejarme abiertamente que debieron comunicarlo, pienso que puedo ir y regresar pronto hasta que el fulano termine de comer. La gente también se molesta y logro que algunos se solidaricen conmigo y se vayan a almorzar, otros simplemente me miran con cara de resignación y no se mueven o tal vez entraron en el mismo estado catatónico que yo antes de reaccionar.
Regreso en 45 minutos calculando el tiempo de almuerzo del burócrata anestesiado y no puedo creer lo que veo. La pantalla muestra el número 99! Mi turno ya pasó! Reclamo y me dicen que lamentan mi malestar, pero que debí quedarme a esperar. Que “tome un turno” nuevamente o que vuelva mañana. Noooo!!! Me niego a tomar un turno, estoy intentando controlar la cólera que siento que va in crescendo, tengo ganas de gritarle uno a uno, todos los minutos desperdiciados en esa incómoda silla, pero no lo hago, solo cambio de color, respiro,  trato de comportarme y termino suplicando que me atienda, el hombre está anestesiado, creo que el estado cataléptico es contagioso. Me mira de arriba abajo y me regaña, insiste en que me está haciendo un favor, toma mis documentos de mala manera, se demora todo lo que mi paciencia aguanta, son las 3 de la tarde, estoy cansada y tengo hambre. Tengo que tragarme mi orgullo y encima disculparme por no haberlo esperado. Me devuelve un papel, con un número de teléfono anotado en él. Que lo llame mañana para darme el carnet. El sistema se cayó nuevamente. Creo que voy a llorar.
La gente me mira con tristeza, los síntomas son claros: otro caso más de trastorno neurótico antisocial… 

lunes, 14 de marzo de 2011

Cuentos de mi Papá - Parte II

Y como una va de cal y otra va de canto, corresponde ahora que los lleve de paseo por las historias y cuentos de mi familia, contados de la boca de mi padre y traducidos a este blog por estos intrusos dedos fisgones.
Mientras nos adentrábamos en nuestro recorrido maravilloso de nuestra sierra Andina, mi papá retrocede en el tiempo muchos años y cuenta que tendría tal vez 5 o 6 años de edad cuando su mamá cansada de corretear a este incansable muchachito decidió ingresarlo a un convento de monjitas para que aprenda a rezar; es que sólo la mano de Dios podría con tanto brío “Sin duda mi mamá no tuvo fuerza para rezar conmigo, me mandó donde las monjitas, para someterme al rigor del convento porque yo era muy molestoso, había varias monjitas y unas chicas voluntarias que hacían de catequistas,; me cuenta dándome los nombres y apellidos de cada una, me pregunto cómo hará mi papá para recordar tantas historias de su vida y con tanto detalle y con tantos años encima, si yo a duras penas me acuerdo lo que tengo que hacer, ... en qué iba? Ah si, inquieto y enamoradizo como él era, nace su primer amor imposible: “Era una chica muy guapa y jovencita yo tenía como 6 años y ella tendría unos veinte y tantos, pero cuando uno es enamoradizo, la edad no importa. Yo no faltaba a ninguna clase de catecismo, con eso mantenía a mi mamá contenta y yo podía mirar horas eternas a mi enamorada entre suspiro y suspiro. Nunca pude aprenderme las lecciones, pero me acuerdo muy bien de la Catequista, hasta me peleaba con un compañero que decía que él también era el enamorado; esta chica tenía un hermanito de mi misma edad. Llegué a saber que decirle cuñado era porque había el compromiso que yo era el enamorado de la hermana, comencé a decirle cuñado todo el tiempo, cuñado, cuñado, cuñado, hasta que fue con el chisme llorando donde la Madre Superiora. No me lo imaginé, cuando viene la monja al curso donde yo recibía las clases de rezo, me hace parar al frente de la clase y me dice: “así que voz eres el que le anda diciendo cuñado a este niñito, -Madre Amelia vaya a llamarle a los papás de Manuelito y a la chica, para hacerles casar en este instante!”, yo sentí que me ponía de todos los colores, que vergüenza!,” – sin contener la risa, sigue – “me puse a temblar del miedo pensando que en serio me van a hacer casar!, cuando el rato menos pensado, siento correr por las piernas algo calientito, que susto tendría yo que cuando me manda a sentar voy dejando una poza de orina junto a la Madre Superiora y a mi enamorada, hasta ahí llegaron mis humos. Nunca más le llamé cuñado.” Y como si esto no fuera poco, aquí les va otra.

Me cuenta que San José, al igual que muchos pueblos de la región, tiene varias festividades al año: 1ro de Noviembre, día de todos los Santos, independencia, navidades, carnavales, Fiestas de San Pedro y San Pablo, San Miguel, solsticio de verano, e invierno, etc., cualquier pretexto es bueno para reunir a la gente y pegarse una bailadita de confianza o demostrar habilidades al sexo opuesto; dentro de las actividades organizadas están las famosas Corridas de Toros de Pueblo: escogido el lugar, tal vez la típica cancha de fútbol, sobre suelo de tierra, se armaba una plaza improvisada con maderas para formar el ruedo, balcones endebles parados sobre vigas se juntan a una tarima innovada de escalones acomodados sobre cajas de cerveza o tanques de agua para sentar a las celebridades como el alcalde, su familia y el cura, el pueblo que se acomode a donde dé lugar, sobre montículos de tierra, camiones estacionados, buses interprovinciales, unos encima de otros y listo. Vengan los toros que no son de lidia sino de carne, la misma que sería faenada más tarde en la fiesta de clausura. Una contra-barrera de madera que a duras penas se sostiene sola, única protección de los asistentes y un buen par de piernas para salir corriendo cuando el toro resolvía atravesar la barrera y desquitar su furia contra la gente curiosa y envalentonada; la música de la banda popular y el alcohol son los estimulantes para volver a entrar, la corrida comenzaba al medio día, cuando el sol calentaba los humores y el alcohol subía por las venas de los más audaces, la puerta de entrada de los toros se abre ante los resueltos a recibir al toro de frente, muchas veces de rodillas, dependiendo del grado alcohólico del atrevido, armado de valor sin más protección que un saco o su mismo pecho descubierto. Porque así es el hombre de mi tierra, atrevido e inconsciente.
La corrida se convierte en exactamente eso, una carrera por la vida, dentro y fuera de la plaza, la gente grita su desespero, tratando de evitar lo inevitable, tratando de que no ocurra, o tal vez si, aquello por lo que fueron a ver; la música alza su tono, más alcohol para los asistentes y para los enceguecidos por la bravura, que saltan al centro de la plaza para demostrar su hombría a la dama que asustada espera el regreso completito de su amado; algunas torpes piruetas o tal vez unas verónicas coreadas con el  “OLÉ” de la gente contagiada entre susto y adrenalina antes de la siguiente cornada, mientras el toro atolondrado por el bullicio y el gentío, arremete a diestra y siniestra contra lo que se cruce: capotes, piernas o cuerpos, arrastrando a su paso, con los improvisados toreros.

En uno de esos momentos, cuenta mi papá, que vestido y ataviado para la fiesta, pasaba por delante del balcón de una de las muchachas mas guapas de la poblada, enamoradizo como era, quiso coquetear su facha: traje de poco uso recién planchado, heredado de su hermano mayor, zapatos betuneados con detalle, sonrisa practicada y un piropo al azar, todo planeado, cuando al pasar muy elegante a saludar a la susodicha, que se encontraba en el balcón de su casa, algún soquete se le ocurre gritar, “los toros! los toros! se escaparon los toros!” la gente desesperada, sale despavorida, justo en el momento en que mi papá intentaba quedar como un atleta dando un salto sobre un charco de lodo que se había formado, frente al balcón de la bella, “quién sería el desgraciado que se le ocurrió gritar justo en el momento que daba un salto olímpico impecable y me decía yo “Diosito que me vea”, del susto no alcance la otra orilla y caí en media poza… “Diosito que no me vea”.

jueves, 10 de marzo de 2011

Uno de aquellos vuelos

6:45 am
Llego al aeropuerto con suficiente tiempo para abordar. Llevo conmigo 1 maleta repleta de revistas, 1 caja adicional y un portafolio con todo lo que necesito; no tengo novedades para chequearme, aunque pensé que podían cobrarme sobrepeso, pero todo fluye normalmente, no hay gente en el counter así que asumo que será un vuelo tranquilo.
Paso migración, en realidad mi cédula panameña ayuda mucho, pues mi pasaporte ecuatoriano me coloca automáticamente como sospechosa; paso la banda de Rx, y solo por si acaso, el agente decide revisar mis cosas, aunque me sonríe por ser panameña, hace una mueca por ser ecuatoriana.
Revisa todo, toca el fondo del portafolio por si llevo escondido drogas o algún chino; la aplasta, la huele, sonríe preguntando que hago y porque llevo tantas revistas; le explico que es material promocional y le enseño mi business card; el tipo sonríe recordando mi cédula panameña cierra todo y me desea un buen viaje.
Ya estoy acostumbrada; lamentablemente mi pasaporte pasó a la lista de sospechosos desde el año 2000, cuando una ola de inmigrantes desesperados por no encontrar futuro en su país, huyeron al mundo entero en masas incontrolables que alertó a las fronteras en todos los países y pasamos a ser un problema social. Hoy somos retenidos en cada aeropuerto, miles de preguntas, hasta revisiones indecorosas. Por eso decidí sacar la nacionalidad panameña, porque los panameños no emigran, no se meten con nadie, ni nadie se mete con ellos.
Decido ir al Salón VIP porque ese es uno de los beneficios del “tener”, como dice mi papá que también es ecuatoriano, “…es que mi hija es pelucona”, no me gusta ese término que simboliza al típico burgués en Ecuador; pero termino aceptándolo cuando me conviene serlo, como ahora, pienso mientras entro a la sala VIP para pasajeros en Primera Clase o “pelucones”.
Desayuno cómodamente, mientras veo CNN y leo las noticias  igual que otros pelucones que compartimos el salón y nos preguntamos todos sobre la economía mundial y las acciones en la bolsa; chateo por mi “black berry” mientras tomo mi café, porque eso es lo que hace un pelucón cuando entra a estos salones, total a nadie le importa lo que realmente haces; pienso mientras coloco caritas felices y corazones a mis hijas en un mensaje de despedida, es el cómo te vez lo importante en el mundo de los negocios,  lo he aprendido a lo largo de mi carrera como Directora para Centroamérica de una revista Internacional, hay que aparentar ser, eso es lo que pesa en esta relación de negocios. No importa si estoy o no de acuerdo, mi disfraz calza perfecto a la ocasión,  mi hija me preguntaba una vez, cómo logro parecer que estoy haciendo algo realmente importante mientras chateo en el “bb”,  cuando ella parece que está perdiendo el tiempo. Ahí fue mi primera enseñanza sobre cómo “parecer”, le dije: todo depende de tu cara, tiene que ser seria, tu postura tiene que ser erguida, cruza las piernas, de vez en cuando frunce el ceño como interrogación o preocupación y listo, nadie te interrumpe porque seguramente estás arreglando la economía mundial; me acuerdo que practicamos algunas posturas con ella y terminamos riéndonos de lo absurdo que a veces uno tiene que ser para encajar.
Me tomo otro sorbo de café y miro en las noticias de la CNN, un comercial de América Economía, sonrío para mis adentros, me imagino por unos instantes repartiendo la revista a mis colegas presentándome, entregando mi business card, recibiendo a cambio la de ellos, actividad que muchas veces hago en algún evento empresarial, para socializar, conocer otros directores o simplemente por sentir automáticamente el respeto de los demás a mi posición; sonrío sabiendo que si mis hijas lo supieran, les daría vergüenza, tomo otro sorbo de café y me doy cuenta que mis hijas no responden mis chats porque seguramente están dormidas aún. Satisfecha por saber que aún me queda un poco de vergüenza que enorgullecería a mis hijas, no hago nada de eso, termino mi café. Miro mi pase de abordar buscando la hora y puerta de salida y veo que me falta 5 minutos para abordar por la puerta 18F.
Busco en mi cartera un dólar para dejarlo de propina, como lo hacen todos y no tengo, le pido al bartender que me cambie un billete de 20 dólares, no tiene. Me disculpo por no dejarle propina como todos, me responde tan amablemente como puede su práctica de muchos años de servir a ejecutivos como yo, que no me preocupe, que lo importante es que estuve aquí… me siento miserable… esas son las desventajas del “tener” y no del “ser”, otra lección que debo enseñar a mi hija…
Salgo hacia la puerta 18 que queda justamente en el extremo oeste del aeropuerto, tengo el tiempo contado, pero no me preocupo, camino elegantemente, jalando el maletín, la sala está un poco lejos, pero pienso que tengo el tiempo justo, aunque apresuro el paso un poco, llego a tiempo. Encuentro la sala 18, pero extrañada no encuentro la F, es más, no hay nadie en esa sala, reviso mi boleto nuevamente ya sin poses y me fijo en mi error: era asiento 18F, sala de embarque 26!!, hora de embarque: 8:05; veo  mi reloj son las 8:08, noooo!! doy media vuelta y regreso  por donde vine buscando ahora la puerta 26, que justamente queda al otro extremo del aeropuerto! Claro, tenía que ser así. Ya no puedo caminar elegantemente, ni colocar una postura estudiada, me tengo que apresurar hasta casi correr o pierdo el vuelo; se me fue el glamour hace 3 minutos; agarro mi portafolio y se me caen las gafas, las tomo de prisa y acelero por los pasillos buscando la puerta 26, no me había dado cuenta hasta ahora, lo largo que es este aeropuerto, más todavía con estos tacones que entorpecen mi carrera, jalo todo lo que tengo: mi maletín, la cartera, el abrigo, la bufanda, mis gafas y una bolsa con chocolates que compré en el dutty free antes, cuando tenía tiempo de sobra. Todo se me desarma mientras corro, agarro como puedo sin detenerme, ya estoy atrasada y el vuelo a punto de cerrarse, mi corazón se acelera, justo lo que quería evitar, el estrés.
Puerta 26 al fin, llego con el tiempo exacto a la sala de abordaje, cuando todos los pasajeros están en la fila entrando, trato de componerme nuevamente y tomar control sobre mi misma, todos han regresado a ver intrigados a este huracán que llegó jalando todo en su paso, desordenada y arrastrando todos mis extras de equipaje que a este punto ya odio. Vuelvo a tener autocontrol, acomodo mis gafas, mi  cartera vuelve al hombro, la bufanda al cuello, enderezo mi maletín y estoy de vuelta, aquí no ha pasado nada.
Me espera un vuelo de 2 horas con escala en Costa Rica, rumbo a Guatemala.

martes, 8 de marzo de 2011

Por la Ruta Ecológica

Preparemos maletas, mapas, agua, galletas, almohadas, cobijas y combustible suficiente para iniciar nuestra aventura de recorrer la historia y el pasado. Ok por lo menos preparemos una copa de vino y unos minutos de lectura para que me acompañen en esta nueva travesía.

La mañana estaba lisa, el cielo tan limpio como una hoja de cuaderno en espera de empezar a escribir su historia, el sol acomodando sus primeros rayos por la ruta que tomaríamos a través de las montañas y volcanes nevados de mi sierra andina ecuatoriana.

Fue cuestión de decisión y este año me había propuesto realizar este viaje postergado desde hace tanto tiempo. Mi hijo que a pesar de haber nacido aquí, no conocía ni su historia ni su familia, mi padre que tiene tanta historia como familia que contar y yo que necesito armar este rompecabezas emocional.

Tomamos la autopista que lleva al Sur por la Cordillera de los Andes y tan pronto como iniciamos el recorrido comenzamos a sentir esa sensación de embelezo que causan los volcanes nevados mientras van emergiendo sus cumbres nevadas a medida que uno recorre la carretera, esos rayos solares que bañan la cima y el brillo de sus cabelleras blancas que contrastan con el azul del cielo profundo:  El Pichincha, El Cotopaxi, Los Ilinizas, El Antisana, El Chimborazo, todos en fila izquierda y derecha nos dan la bienvenida como dioses imponentes dueños de la naturaleza; nos adentramos en la ruta y mi Padre nos recuerda que estamos cruzando, lo que fueron terrenos del antiguo Tahuantinsuyo gobernado por los Incas; pasamos por las famosas TOLAS, montículos redondos perfectos que eran construidos como miradores u observatorios que servían de guía para sus planes de siembra y cosecha, calculando la salida del sol y de la luna.
Pasamos la laguna de Yambo y nos cuenta la fatídica historia de los hermanos Restrepo, cuando misteriosamente sus cuerpos desaparecieron en enero de 1988, en un enredado caso de tortura policial que conmocionó a la sociedad y cuyo padre, hasta el día de hoy, reclama justicia. Es esta la laguna donde tal vez sus cuerpos hayan sido tirados intencionalmente para ocultar tanta iniquidad. Dicen los lugareños que es una laguna que traga y no devuelve.
Nos cuenta también la leyenda del tren que descarriló hace muchos años, matando cientos de personas y que la gente de los alrededores cuenta que escucha de vez en cuando, llantos y gritos de niños con el silbato del tren pasando a las 12 de la noche, misma hora en que sucedió el accidente a inicios del siglo pasado. – Mi hijo escucha y mira los rieles que no han sido usados tal vez en el mismo tiempo.
Pasamos Tambillo, nombre que toma de los famosos TAMBOS, lugares que servían de descanso y alimento para los “chasquis” o mensajeros del Imperio Inca, pero que luego de la llegada de los españoles, servían de respiro y abastecimiento para los transeúntes de caminos empedrados en épocas de conquista. Por aquí transitaban en muladares la carga pesada que se movían entre las ciudades conquistadas, ya sea a lomo de mula o a lomo de esclavos o peones. Cuenta mi papá que su abuelo, hacía ese recorrido, - “mi abuelo tenía que salir acompañado entre 4 o 5 personas, más los peones otros 6 u 8 que cargaban turnándose a “lomo de hombre” los paquetes, para cruzar la cordillera, en un recorrido que tomaría unos 20 o 30 días hasta llegar a Quito.”
Después de rodear el Tungurahua, volcán activo desde el 99, salimos de la autopista para tomar una ruta que me parece increíble, haya sido construida a mano por el hombre, como cuenta mi papá, que su abuelo fue testigo, sin equipo pesado y pavimento como ahora, un callejón estrecho y rocoso que da la sensación de perderse en un laberinto misterioso, se abre a la fuerza entre montañas gigantes: un camino vericueto que atraviesa la cordillera a lo largo del río Ambato, que lo cruza repetidas veces y en cada cruce quedo maravillada por el agua que rompe las piedras, las baña y sigue su camino hacia el siguiente puente y mas allá. Una cascada que aparece entre los cerros y así de la nada desaparece, rocas gigantes que parecen a punto de caer, que se sostienen por milagro de la mano de Dios, mientras pasamos por debajo.
La vista es maravillosa, pastizales largos, sembríos de papa, camote, cebada, habas, trigo, hacen que las montañas parezcan cubiertas de mantos cuadriculados de colores, hasta en el risco más empinado, se puede ver un campesino empujando el arado cuesta arriba, en un acto que pareciera botar por la borda la teoría la gravedad; de seguro que Einstein en su vida no viajó nunca por aquí, borregos y cabritas se sujetan con las uñas entre los peñascos; alpacas, vacas y mulares nos miran intrigados mientras siguen pastando, interrumpimos por momentos su paz acostumbrada y luego nos ignoran. No quiero salir de aquí, esta sensación de paz, esta energía que emana del corazón mismo de la naturaleza, llena mi alma y pensar que esta era la única ruta que debían tomar quienes querían llegar a la capital, antes que aparezca la autopista.
De repente aguas termales, piscinas naturales de aguas calientes que brotan extraviadas, llenas de sales minerales que vienen del mismo Chimborazo, una contradicción de temperaturas, porque afuera, mientras vamos subiendo al páramo, hace un frío, tal vez de 2 ó 3ºC y dentro del agua calienta a unos 40 ò 45ºC pienso que justamente así es mi tierra, una contradicción de emociones: en la imponente presencia del Chimborazo que va asomando su majestuosidad cuando nos acercamos, encontramos unas chozas, pequeñas y espontáneas hechas de paja, palos y adobe, casi construidas contra el suelo o mejor dicho bajo él, para guardarse de los helados vientos que bajan de la montaña.
Mi hijo no concibe que la gente pueda vivir ahí, le pido a mi papá que nos bajemos y conozcamos una, tomamos un café delicioso servido con una sonrisa amable y sencilla, que bien nos calentó el alma, para contrarrestar la helada corriente que nos golpea y entendemos perfectamente porqué mi país es así.


jueves, 3 de marzo de 2011

Carta a mi madre

Madre He aprendido:
A ser valiente a pesar del miedo
A mirar de frente y con la cara en alto
A soportar el dolor con una sonrisa
A empujar a mi familia cuesta arriba
A liberar rencores y tambíén recuerdos
A extrañar poco, pero amar mucho
A enfrentar batallas, pero de una en una

He aprendido
Que las fronteras solo están en los libros
Que la distancia no es más que un factor mental
Que mi país está en mi corazón
Que amo, donde vive quien amo
Que la cultura está en la gente, no en el país
Que la sabiduría más grande, está en la inocencia de un niño

He aprendido
A pedir más por mi familia que por mí
A mirar atrás, solo para darme cuenta, cuanto crecí
A mirar para adelante y sonreir
A disfrutar lo que tengo hoy
y amar más intensamente

He aprendido
El tremendo poder que tienen las palabras
El efecto multiplicador que tiene una sonrisa
El impresionante camino que deja el ejemplo

He aprendido
A conversar con Dios y entender sus respuestas
A abrir mi mente a la nueva generación
A tolerar los cambios y confiar
A cerrar mis oidos al egoismo y aceptar las críticas

He aprendido
A cerrar los ojos cuando mis papás me bendicen, para sentir
A recibir su amor con el alma
A acumular sus bendiciones para cuando las necesite
A recordar sus caricias y sonrisas
A transferir mis besos por Internet
A conectarme con ellos a través del Universo

He aprendido
A admirar a mi esposo y respetar su tiempo
A dejarlo ir siempre para recibirlo con una sonrisa
A bloquear tristezas y disfrutar alegrías
A contar solo las horas que estamos juntos
A olvidarme de las horas que nos separamos

He aprendido
A confiar en mis hijos y disfrutar su madurez
A respetar sus decisiones porque tienen argumento
A mirarlos de lejos, pero sentirlos cerca
A respetar su espacio, pero tenerlos dentro

He aprendido
A elogiar a mis amigos
A reconocer valores ajenos
A buscar nuevos amigos
A ofrecer mi apoyo a quien me lo pida
A no cargar con culpas ajenas
A pedir a Dios por sabiduría
A dejar dejar que El hable por mi

Yadyra.
Panamá 2010.

72 horas sin respirar

Mi PC murió! de repente mientras escribía, se apagó. Un olorcito a cable quemado y hasta ahí no más llegó mi empujón, no puede ser!, angustiada busqué el computador de mi hijo y no tenia internet! llamé de inmediato al servicio técnico y contestó alguien vacunado contra clientes histéricos y descontrolados, que de paso, seguro disfruta del dolor ajeno y con toda la paciencia me dio: 72 horas para enviar un técnico. 72 horas!!! eso es la mitad de mi vida, salí desesperada a buscar ayuda y en el camino me di cuenta que mi celular se quedó sin batería y como es lógico en alguien en estado dependiente: entré en pánico! Estoy aislada del mundo! cómo van a saber donde estoy? y ahora cómo me comunico? y mi blog, mis lecturas, mi facebook, mi skype, etc? - Solo falta que se me apague el carro-, le dije a regañadientes a mi hijo mientras lo llevaba a sus clases de hapkido, - "siempre que pasa algo malo, para equilibrar, tiene que pasar algo bueno" - me contestó muy serio - "mira, -siguió-  lo bueno fue que hoy comencé clases y me fue súper". Tan bello mi hijo, lo bueno le pasa a él y lo malo a mi, se lo digo, pero me encanta que piense empáticamente que somos uno.. Reconoce y me dice, "cierto mami, ya te pasará algo bueno a ti también" se despide y pienso que lo bueno me acaba de pasar.
Me siento frustrada en una cafetería, pido un capuchino y mi debilidad: un pie de limón para calmar mi angustia, miro a la gente pasar, me encanta intentar describir su personalidad, qué hacen que piensan, qué son, que buscan, que piensan cuando caminan, eso relaja mi pensamiento y me abandona al estado neutral de la anti-conexión, es mi mejor terapia, invento historias y me río sola, de repente, entre bocado y bocado, me doy cuenta que la herramienta es lo de menos, pido un lapiz al camarero y busco entre mis papeles, tomo una hoja del listado de útiles pendientes de mi hijo y recordando mi época de estudiante, comienzo a escribir. Los músculos adormecidos de mis dedos comienzan a despertar, recordándome el callo del estudiante que tenía en 6to grado, mis dedos intentan coordinar a la misma velocidad que mis ideas, hace tanto tiempo que no escribo a mano, me doy cuenta que mi letra ahora es desastroza! Ojalá lo entienda luego, este papel es un laberinto de flechas e ideas sobreescritas, tachadas y bosquejadas sobre la lista de libros de español que tengo que comprar.
No los haré sufrir más, 72 horas son muy largas de contar, el técnico llegó hoy, se nota que sabe lo que hace, desarma todo lo que ve, se molesta el desastre de cables que tengo detrás, encuentra uno quemado y lo reemplaza, me indica como a bebé, lo que tengo y no tengo que hacer, me siento regañada; como para calmar los ánimos le digo que mi computadora es tan lenta que yo la prendo y me voy a preparar un cafe, - es buena idea, me dice... corro a traerle un café. Termina después de 4 horas intensas, arregló todos los cables sueltos que encontró, mejor no le cuento los de mi mente porque ahí si que me cobra horas extras.
Me ha devuelto la vida, he comenzado a respirar nuevamente, tan pronto como se va, abro mi blog y encuentro que mis lectores siguieron siendo fieles, encuentro un lector de Suiza, uno de la Argentina, otro de Italia, que maravilla el Internet, yo preocupada y ustedes no perdieron la fe.
Hoy les regalaré poemas que escribí, en alguno de esos estados mentales de amor y desvarío.