BIENVENIDOS!

Un espacio entre nosotros, dedicado a liberar esa carga, ese comment reprimido a punto de explotar y que solo un buen vino y una buena charla lo saca!

Adelante este es tu espacio, comenta, critica, opina, descarga y se libre de pensar y sentir..

jueves, 15 de diciembre de 2011

Sólo quería comer

No sé que hacer, tengo solo 18 años y este chiquillo que cargo conmigo no corre a la misma velocidad que yo.  Debo concentrarme en huir. No me va a romper tu cara de ángel ni tus 4 años recién cumplidos. Todo se ha vuelto un desorden, todo esta de cabeza, me sigue la policía y ni siquiera sé qué fue lo que hice de mal. Sólo necesitaba comer y dar de comer a este pequeño que cargo conmigo.

Estoy cansada y no he parado de correr, sin darme cuenta hemos entrado a una estación de tren que parece abandonada, se nota que los trenes no se han movido desde hace tiempo, la grama está crecida, los vagones oxidados y malolientes, todo está obscuro, parece que en algún momento escuché que estaban en huelga, malditos huelguistas, maldito gobierno, no me importa lo que haya pasado, ninguno de estos estúpidos trenes me llevarán para ningún lado.

Me meto entre los trenes, me tropiezo pero no paro. Siento que están cerca y debo buscar cómo evaporarnos de aquí.  Este chiquillo no sabe correr…  - Espera, hijo, debemos escondernos - ¿Por qué? – no te puedo explicar, entra aquí. – No quiero mamá, está muy obscuro – No importa, ¡entra!

Lo dejo escondido a la fuerza en uno de esos vagones que se pierden en la obscuridad, debo buscar una manera de salir sin que la policía me pesque, ni si quiera sé a donde iré.  Solo quiero irme de esta pocilga que me tiene tan mal.  Lo dejo por un momento porque correr con él para encontrar una salida es un problema.  Lo escucho llorar pero no me vuelvo.  Prometo que regresaré en un minuto cuando encuentre la salida, le digo en mi mente: “espérame, vendré por ti”.

Pero tan pronto como doy la vuelta me atrapan, ¡no los vi venir! ¡Desgraciados! ¡Suéltenme! ¡Malditos h. d. p! ¡Son cuatro contra mí! ¡Abusivos!  Me atrapan y me tiran al suelo, me golpean y me esposan, en contra de todo lo que grito y pataleo. Me arrastran a la fuerza, son más grandes y más fuertes que yo. No puedo hacer más que gritarles todo lo que pienso de ellos...  ¡Pero esperen! ¡Alto! ¡Deténganse un momento!  ¡Mi hijo está entre los vagones! …¡Por qué no me escuchan!  ¡Estoy diciendo la verdad! ¡Vayan a buscarlo si no me creen!  ¡Deja de reírte cerdo maldito!  ¡Mi hijo está ahí!...

Ya no tengo lágrimas que llorar, ni palabras que maldecir, hace más de un año que estoy en la cárcel y nadie vela por mí.  Hoy me dan salida.  Por hurtos menores no debieron haberme encerrado tanto tiempo…  sólo quería comer…

Regreso a la estación de trenes… son los mismos trenes que hace un año, parece que la huelga continuó, me pregunto ¿qué sacaron al final con esto?, en fin, la grama está más crecida, el desorden es igual. Busco el vagón absurdamente. Se que ha pasado un año, no puede estar ahí.  Pero mi corazón me dice que comience donde me quedé.  Fue un lapso de un año que me perdí del mundo. Quiero seguir viviendo. Quiero encontrarte mi amor.  Te prometí que vendría por ti ¿Donde estás?  Escucho voces, pido ayuda, me miran extrañados, tienen miedo de mí o tal vez se compadecen, no saben de qué niño les hablo.  Corro entre los vagones gritando tu nombre, tal vez no era ese vagón, quizá era este otro, o aquel… abro las puertas, entro, busco entre las cajas, voy al siguiente y al siguiente… no hay nada…

Me arrimo de espaldas a la pared sucia que está en la estación, mi cuerpo no puede más con el dolor, me duele el remordimiento tanto que mi corazón se va a partir.  Me tapo la cara con las dos manos para aguantar el peso de mi estupidez, voy resbalando de a poco hasta llegar al suelo que es el único que detiene mi dolor y mi llanto…  lloro tan fuerte que mi llanto me ha despertado hoy en la mañana con este sentimiento de abandono y tristeza tan grande, que no he podido hacer otra cosa que escribirlo en mi blog. 

lunes, 3 de octubre de 2011

LECCIONES DE UN ADOLESCENTE

Hace poco tiempo fui invitada a formar parte del Grupo de Amigos de los Niños con Leucemia y Cáncer, acepté sabiendo que lo más valioso que puedo dar es mi tipo de sangre O negativo. La semana pasada recibí una llamada pidiendo ayuda para Héctor, un niño de 13 años, en su etapa terminal. Hablé con mi hijo que también tiene 13 años y esto fue lo que sucedió:

-          Hijo, hay alguien que necesita más de ti que de mi. Héctor es un niño como tú, sólo que está en sus últimos días de vida y ha pedido que le regalen un juego de video para el DS que tiene, crees que podamos hacer algo?
-          No sé mami, son mis juegos…
-          Bueno, yo salgo para visitarlo después del medio día, si quieres vienes conmigo.
No dijo nada. Cuando iba a salir, lo veo tomando sus zapatos y me siguió sin decir nada hasta el carro. Ya en el auto me dice:
-          Estoy nervioso
-          ¿Por qué?
-          ¿No sé qué decirle?
-          No te preocupes, es un niño como tú, tiene los mismos intereses que tú, si le gustan los juegos de video, ya tienes un tema de conversación.
-          ¿Le pregunto cómo se siente?
-          Mejor deja que la conversación fluya. Yo estaré junto a ti. Sólo vamos a visitarlo.

Cuando llegamos, no pudimos verlo, estaba en terapia intensiva en el hospital, no nos dejaron pasar. Cuando pensé que habríamos ido en vano, salió la mamá de Héctor, nos saluda muy cariñosa, es una mujercita sencilla, del campo, su traje vestido de típico me hace pensar que tal vez sea de alguna comunidad, nos cuenta sobre el tratamiento de Héctor y que ya no se puede hacer nada. Yo tengo un nudo en la garganta, ella tiene una paz interior que me impresiona. Nos relata los detalles del traslado de Héctor a su pueblo, dice que no podrá vivir en su casa, porque ellos tienen que trepar montaña y Héctor ya no puede caminar, así que irá a vivir donde un hermano; le entrego un rompecabezas que le llevé y me da las gracias, dice que lo que más ha pedido desde hace meses es un juego de video para su DS que le regalaron, como ya no puede levantarse, por lo menos eso lo entretiene.
Mi hijo la mira, la escucha y saca una bolsa que le entrega, yo lo miro y mi nudo en la garganta crece más. Es la bolsa donde guarda todos, absolutamente todos sus juegos de video; sin siquiera quedarse con uno los entrega todos y le dice:
-          Déle esto, ahora va a tener con qué jugar - Mientras dice esto, se acerca y le da un abrazo a la mamá de Héctor. Yo hago lo mismo, intentando balbucear algo pero no puedo. Estoy a punto de quebrarme.
-          Gracias, muchas gracias, Héctor se va a poner feliz – nos dice y sonríe. Yo no puedo. Tengo que salir.

Ya en el auto, camino a casa le pregunto con cuidado, pensando en que de pronto se arrepiente de haber entregado todos sus juegos:
-          ¿Cómo te sientes?
-          Me siento bien – me responde sonreído – Sé que hice lo correcto.  
-          Intento sonreír como él, pero mis lágrimas me lo impiden…. 


(Hector falleció 2 meses después. Que descanse en Paz). 

lunes, 8 de agosto de 2011

TU AROMA


Por Yadyra Yánez
(Relato ganador de una mención de reconocimiento en el Concurso TEC, en Venezuela)

"Dormida en una litera, allá cuando era pequeña, cuando no necesitaba tanto espacio para acomodar mi cuerpo, envuelta entre sueños de inocencia, en la antigua casa de mi abuela, soñaba o tal vez levitaba con los momentos más cálidos de tu presencia en mi vida, cuando temprano con la alborada, antes que despertara el día, entre canto y canto de amanecer, me envolvía tu aroma aterciopelado y fuerte que me obligaba a salir de mi letargo para buscar tu fuente. 

Y es que no sé que es lo que tienes pero me encantas. Esa cualidad indescifrable que posees que me absorbe y luego me deja, que me seduce y a la vez me atormenta, que jala mis pensamientos y me hipnotiza, que me despierta en las mañana con tu aroma recién tostado, cargado de campo y sol. Aturdida en las mañanas cuando tú estás, revivo y me despierto porque formas parte de mí, te siento exquisito y caliente, seductor y amargo. Me cautivas, te atrapo, te bebo de gota en gota hasta aspirarte todo, mi compañero de siempre.

Soy niña nuevamente, miro a mi abuela en su cocina, en ese cuartito tibio que la encerraba, con su cabellera larga siempre recogida, con su delantal blanco deshecho por el tiempo, preparando sus ollas de barro sobre leña seca, me sonríe y me acaricia, se extraña verme levantada tan temprano, descalza y en ese frío, estoy despierta o tal vez sonámbula, no me siento extraña, aspiro tu olor profundo que me invita a entrar.
Me acomodo junto a una silla de madera pequeña que tiene para mí, junto al antiguo fogón de leña que usa para tostar los granos de café sacados del campo y del sol, junto al viejo molino empotrado que usa para triturar las pepas recién tostadas, junto al cedazo elaborado con lienzos y madera por donde cola el agua hirviendo sobre el café recién molido, me siento junto al olor que emanas desde ahí…  

Tu aroma me atrapa en las evocaciones de mi niñez, quiero quedarme ahí, aspirando tu aroma como hoy, como cada mañana desde que tengo recuerdos… me siento en la falda de mi abuela, mientras ella toma su café y yo aspiro tu aroma, cierro los ojos mientras me cuenta una leyenda para que duerma, porque aún es muy temprano, porque aún soy muy pequeña para beberte, me conformo por ahora con tu olor." 

viernes, 3 de junio de 2011

El Bien Cuidao

Lo he visto desde la ventana del hotel en el que estoy asistiendo a una conferencia sobre el Desarrollo Industrial de las Grandes Ciudades. No alcanzo a entender la charla del expositor, mis oídos se han bloqueado a las palabras para dar paso a las imágenes que estoy captando a través del ventanal, hacia la playa, hacia el muelle que bordea la autopista; es un hombre que ha cruzado la vía, ha bajado por el muro de contención que protege la entrada del mar, camina entre los arrecifes sedimentados que la baja marea nos deja ver, este hombre de mediana edad, con una delgadez que pareciera cadavérico, alza una roca, otra y otra, buscando algo dentro de ellas, finalmente se detiene y levanta una, la coloca a un lado, obtiene bajo de esa piedra, una bolsa plástica negra, la abre, saca su contenido y lo extiende sobre la roca, lo plancha con sus manos, tiene mucho cuidado al hacerlo, se levanta, se desviste la camisa puesta y se viste la encontrada, arregla su presencia como si estuviese frente a un espejo, dobla la camisa usada con el mismo detalle con el que planchó la anterior, la guarda cuidadosamente dentro de la bolsa, la amarra muy duro y vuelve a colocar dentro del hueco debajo de la misma piedra…

No puedo dejar de pensar en él. La Conferencia continúa con las estadísticas de inversión, mientras yo bajo las escaleras del hotel apresurada para encontrarlo en el camino. Cuando me acerco lo veo sentado en una banca frente al parque, es mucho más joven de lo que pensé pero sus ropas sucias y arrugadas le suman tantos años como su piel morena quemada por el sol, lleva unos zapatos sin cordones probablemente 2 tallas más que su pie, que justifica su arrastre al caminar, me mira y sabe que quiero acercarme, pero tanto él como yo sufrimos de los mismos estereotipos que la sociedad nos  ha impuesto, lanzándonos hacia polos opuestos.

“Hola” le digo, “¿puedo sentarme?” se hace a un lado, dejándome espacio. “Te he estado observando, tengo curiosidad por saber ¿cómo llegaste hasta aquí?” me mira con ojos intrigados, intentando entender el contenido de mi pregunta, le ofrezco los panecillos que saqué del bufete antes de bajar. Los acepta y me dice “¿qué quiere saber?”, “quiero saber tu historia”.

“A los nueve años vino lo de la invasión” comienza a contarme sin tapujos ni complicaciones, “Estábamos jugando en la calle, allá en el Chorrillo, por onde yo soy, patiando pelota, cuando vimos pasar los camiones del ejército, no sabíamos qué pasáa, hasta nos emocionamos y los seguimos corriendo, pero unos soldados nos llevaron al Albergue de Fátima, los curitas nos recibieron pero no nos dijeron ná, quise regresa pa mi casa y no me dejaron, Jaimito escóndete, me decían, no vi a mi mamá durante una semana, tampoco volví a ver mi casa, desde el Albergue solo escuchábamos los tiros y las bombas que caían, por la noche solo se veía el fuego y a la gente gritar, tenía mucho miedo, pero no podía salir ni averiguar”…

Para 1989, Los Estados Unidos habían decidido invadir tierras panameñas después de una larga disputa en contra del líder militar Manuel Antonio Noriega, en una sola noche, cuando el pueblo dormía, la Hora H llegó a la 1 de la mañana acompañada de bombardeos y disparos contra los batalloneros del Chorrillo, que protegían al dictador y sus cuarteles, todo estaba tan planificado que durante el día anterior las fuerzas militares americanas, habían ido introduciéndose entre la población para poner a buen resguardo a los civiles y niños inocentes; esta incursión militar dejó al barrio El Chorrillo, completamente destruido, pero sus secuelas estarían más allá de las visibles...

“Cuando terminó tóo, ya no teníamos hogar” —sigue Jaimito, “mi mamá se enfermó, éramos 6 hermanos y mi papá se fue, me quiso llevar con él porque yo era el menor, pero yo no quería dejar a mi mamá enferma, así que cada vez que podía me escapaba y la iba a ver, yo sabía que no era culpa de mi mamá, usted sabe”, —me dice tratando de justificar a su mamá, “ella estaba muy deprimida”.
“A los 12 años me mandaron pa un centro de esos que recuperan jóvenes de la calle, porque a veces no tenía onde dormir, le voy a ser sincero, yo era como que muy travieso, ahí conocí mucha gente buena y también pandilleros que me invitaban a robar, pero yo no quería eso doña, yo quería ganar una platita cuidando carros. Me decían “el bien cuidao””, se detiene un momento en su relato, me mira y me dice “nunca quise caer en la droga doña, pero la vida es dura y cuando uno está solo no tiene deotra”, “¿y tu mamá?” le pregunto; “una vez cuando estaba en el centro nos llevaron a bañarnos a un río, yo no quería ir, porque la noche anterior soñé que venía un ángel, algo así como un espetro y me decía que no vaya, que me va a pasar algo en ese viaje, se lo dije al cura y me dijo que me deje de supertecias… superticias”; “supersticiones” —lo corrijo, “si eso; cuando llegamos al río me tiré pa nadarlo y sentí que algo me jalaba de los pies, doña, se lo juro que no miento, me asusté tanto que cuando salí no quise entrar más al agua, entonces el cura me llamó y me dijo que había recibido una llamada, que mi mamá taba mal, que la entraron al hospital y yo tenía que regresar”. Desvía mi mirada, buscando las palabras entre los carros que van saliendo de la Conferencia y me dice: “no alcancé a llegar, mi mamá estuvo llamándome y no alcancé a llegar”. El silencio se va llenando con los pitos y motores de los autos, se levanta y camina hacia el hotel para cobrar su “bien cuidao” se voltea y me dice antes de alejarse: “No fueron las drogas lo que la mataron, mi doña, fue la depresión”…

martes, 24 de mayo de 2011

El Secreto de la Hacienda

Habíamos viajado tanto que lo único que quería era llegar. La excesiva humedad y los 40ºC que hacían provocaban un sopor permanente que fastidiaba, no entraba brisa alguna por la ventana abierta de la camioneta -blanca doble cabina- que intentaba acelerar la ruta entre sobresaltos, “ya falta poco” había dicho mi padre en repetidas ocasiones, pero el camino parecía no entender esa frase y la selva cada vez se ponía más espesa.


Yo no concebía el porqué había dicho que sí a ese viaje tan absurdo que me sacaba de mi comodidad en la gran ciudad, ya no era la niña de antes, era adolescente, tenía fiestas y amigos, había cumplido los 15, ¿porqué le era tan difícil entender eso a mi padre? Aunque en el fondo de mi ser, sabía que no era mucho lo que podía hacer cada vez que a mi padre se le ocurría uno de aquellos viajes…


Pegué mi rostro a la ventana en un intento por refrescarme y miré de reojo a Fabrizzio. Mi hermano parecía tan emocionado con este viaje como mi papá. “¡Bah! Hombres”, me dije a mi misma e intenté desviar la atención hacia afuera, hacia esos árboles gigantes que se conectaban con el cielo, esa vegetación tan espesa que podría tragar un ser humano sin dar pistas de sobrevivencia, esos caminos tan similares unos a otros que parecieran repetirse cada tramo.


Mis ojos comenzaron a entrecerrarse debilitando mi estado de alerta, cuando de pronto un movimiento inusual atrajo mi atención; aletargada creí ver algo volar entre las raíces de los árboles, fue cuestión de segundos que lo vi moverse de un lado al otro, un ser pequeño, más pequeño que un niño, no era un ave, estaba segura de eso, no alcanzaba a la tierra a ni las raíces simplemente volaba a esa altura. Sentí un estremecimiento por todo el cuerpo y me quedé por momentos sin habla, porque juraría, aunque sea por esos mismos segundos, que ese Ser tan diminuto me miró igual.


Me froté los ojos, me enderecé en el asiento y tomé coraje para mirar de nuevo, esta vez completamente alerta. Fruncí mi seño molesta por lo incrédulo que se oiría contar lo que acababa de ver y porque mi hermano seguramente se burlaría de mi. Preferí callar… en su lugar pregunté a mi padre cuánto faltaba para llegar, sabía su respuesta de antemano: “ya falta poco”…


Tan pronto como arribamos a la casa grande de madera, -construida en plena hacienda que mi papá había comprado meses atrás con mi mamá, durante uno de aquellos viajes que no pude acompañarlos-, bajé de la camioneta apresurada, casi no recorrí la casa, busqué el que sería mi cuarto, desempaqué, vestí mis botas de caucho, tomé un palo de madera y salí decidida: tenía que descubrir lo que vi en el camino. No en vano me conocían por mi carácter temerario y aventurero, muy pocas cosas me amedrentaban y esto estaba muy lejos de parecerse a uno de mis exámenes de química. Mi hermano sin entender muy bien mi arrojo decidió acompañarme, era muy pronto para recorrer el terreno selvático que circundaba la hacienda; intentó en vano disuadirme de los posibles peligros, así que antes que me alejara más, resolvió llevar un machete consigo.


Cruzamos el primer estero con mucha dificultad, porque las lluvias habían derrumbado parte del puente improvisado. Preferimos cruzar a pie el arroyo empantanado que nos hundía de lodo hasta las rodillas. Me prometí volver a ese arroyo en otra ocasión, por la cantidad de peces pequeñitos plateados y renacuajos que habitaban a lo largo. Pasamos los pastos donde campeaba el ganado, los tallos de hierba sobrepasaban nuestras cabezas, cuidando que sus hojas no dejen marca en la piel pasamos otro estero, otro puente derrumbado, otro arroyo anegado. A un costado del camino, casi llegando al bosque tropical, encontramos un árbol gigante tan ancho como ancestral, tan solo como desierto, tenía un hueco en el centro a manera de cueva profunda y oscura por la que se podía entrar casi caminando… era extraño, era el único árbol por este lado de los potreros, no había ni ganado ni rastro de movimiento; daba la impresión de ser el guardián que cuidaba el paso hacia la selva. Mi hermano y yo nos acercamos despacio y de pronto sentí la misma sensación que había sentido en la carretera, estaba segura que alguien nos miraba… No quise acercarme mucho, tampoco quise decirle a mi hermano mi presentimiento, así que dejé que apoyando su valor en su machete se aproxime a la entrada de esa cueva lentamente, tomó coraje y haciendo el mayor ruido posible, golpeó las paredes del árbol hueco antes de entrar… la respuesta fue inmediata, antes de que podamos cubrirnos completamente, cientos de miles de murciélagos comenzaron a salir del tronco sobrevolando nuestras cabezas, formando una nube negra gigante, tuvimos que tirarnos al suelo mientras un ruido ensordecedor nos cubría completamente, traté de mirar de reojo el espectáculo que acabábamos de provocar, porque en medio de ese ruido  estridente que hacen los murciélagos cuando vuelan en bandada asustados, juraría que escuché risas, risas burlonas y continuas que fueron desapareciendo conforme se fue alejando la nube viva; ahora estoy segura que alguien se burló de mí, sentí una pequeña advertencia implícita en ese jolgorio, habíamos abierto el camino a lo desconocido…


Mi hermano se levantó, sacudió su ropa y me dijo: “¿satisfecha?” no sabía si se refería a lo que habíamos provocado o si él había escuchado lo mismo que yo… no me atreví a preguntar.


El final del último potrero estaba cerca, el comienzo de la selva estaba ahí mismo, podía ver sus árboles y vegetación desde donde me encontraba, incluso veía la cerca que habían colocado alrededor, un cerco de madera con alambres de púas que dividía claramente los potreros de la selva, daba la impresión que estaba ahí más para impedir que algo ingrese, antes que cuidar del ganado; pero mi cuerpo en ese momento experimentaba un agotamiento extremo y la tarde comenzaba a caer: el color que toma la tarde cuando cae sobre la vegetación, mientras viene la noche, es de un gris nuboso que confunde el pasto con la maleza y pierde de vista árboles y senderos, impidiendo definir el horizonte;  uno puede terminar perdido completamente a tan solo un paso del camino… comprendiendo esto, Fabrizzio me dijo que ese sería el fin de nuestra aventura por ahora.  No siempre le hago caso a mi hermano, pero esta vez comprendí que ya era hora de volver, hoy era el primer día de nuestra visita a la Hacienda, seguramente mi mamá estaría preocupada, mañana me esperaba una nueva aventura y me prometí que nadie, ningún enano risueño, se burlaría otra vez de mí…

martes, 17 de mayo de 2011

El Visitante Inesperado

Era una de estas noches pasivas, las luces apagadas, el silencio absoluto, todos acostados disponiéndonos a dormir, cuando a eso de las 10 de la noche, entra mi hijo a mi recámara de pronto con cara de inquietud y me dice:

—¿Escuchaste eso mami?”

—No, ¿qué fue?”

—Sonó como si alguien cayera en la piscina

—¡Qué!

Antes de que yo preguntase dos veces, este chiquillo de 13 años lleno de adrenalina adolescente se dio media vuelta, dispuesto a descubrir el origen del ruido…

Me levanté temerosa, tanto por lo que pudiese sucederle a mi hijo en su arrebato, como por el misterioso ruido salido de la nada en plena paz de la noche. Bajamos las gradas en silencio, intenté decirle que tenga cuidado, pero tomó las llaves de la puerta que da a la terraza y la abrió despacio. Me acerqué a la ventana y efectivamente el agua de la piscina se estaba moviendo, como si algo o alguien hubiese interrumpido la acostumbrada paz que tiene el agua en reposo.  Prendí las luces de la terraza, salí detrás de mi hijo en estado de alerta, pero no encontramos nada. No se veía nada, sin embargo el agua estaba aún con movimiento cada vez más leve como comenzando a calmarse, era seguro que alguien la había movido, nos vino la duda entonces: lo que cayó, salió por sus propios medios. Comenzamos a buscar huellas de agua fuera de la piscina, en efecto: Por una esquina de la misma había una mancha grande de agua, el resto estaba seco. Esto confirmaba que no era algo, era alguien que había entrado y salido. Tuve más precaución y miré hacia el jardín. Mi hijo siguió el rastro de agua que llevaba hacia las afueras del jardín, tratando de encontrar otra pista o algo que dé una explicación, pero la oscuridad del jardín no ayudaba mucho. Nada, no se veía nada. Me incliné para ver en detalle el rastro del agua y descubrí unas huellas… ¡Eran las huellas de un gato!. Pobrecito, ese gato no vuelve más por estos lares, reímos un rato con mi hijo antes de acostarlo con un beso. Regresé a mi cama contenta: Al fin tengo a alguien que cuida de mi. Apagué todo y volvimos a dormir.

jueves, 21 de abril de 2011

El Guerrero Tupac

Eran las 2 de la tarde en el aeropuerto de Lima, después de haber viajado desde las 6 de la mañana en interconexiones, decidimos sentarnos a esperar, con un café y un helado, hasta que el tiempo camine lo suyo para nuestro siguiente vuelo de vuelta a casa. Nos envolvemos en la lectura de cada libro que tenemos en la mano, de vez en cuando paramos, intercambiamos impresiones, frases o simplemente nos reímos. Disfruto tanto su compañía que no puedo creer que tan solo tenga 12 años mi hijo. De repente me dieron ganas de contarle un cuento, uno de aquellos que solía inventar para que duerma cuando era pequeño. Le ofrezco hacerlo tan pronto subamos al avión.

Había una vez, hace muchos, muchos años, una aldea pequeñita, de pocos pobladores que vivían en el interior de la montaña, allá lejos arriba cruzando las nubes, donde la vista se pierde entre la neblina gris que va cubriendo los pinos. Si hubieses querido encontrarlos, no hubieses podido, porque el acceso era casi imposible, no había carreteras ni estrechos caminos de cruce, y era porque la gente simplemente no quería ser encontrada, tampoco necesitaba salir de allí. Habían llegado hace varios años, buscando un lugar donde refugiarse, no tanto del frío sino de la muerte que rondaba en ésa época toda la zona, cuando los conquistadores llegaron a apropiarse de sus casas, sus campos y su gente. Pocos fueron los que se salvaron y aunque heridos por tanta batalla, pudieron escapar algunos para salvar a sus mujeres y sus niños. Así fue como encontraron este valle, escondido en la alta montaña y protegido por la madre tierra, enclavado entre rocas y peñascos como guardianes de sus valores, entre sabios árboles centenarios y curativos pinos milenarios, alimentados por una vertiente de agua cristalina que brotaba del corazón del mundo, decidieron hacer aquí su aldea y poblarla para defender su raza del exterminio. Con el paso del tiempo su piel se acostumbró al frío páramo de la montaña, sus dedos al duro trabajo de la helada tierra, sus vestidos eran tomados de la piel de alpacas que pastaban libres, la lana de borregos servía para cobijarse en las largas noches de invierno, cuando la temperatura bajaba de cero y les permitía levantarse pronto del trabajo para refugiarse en sus chozas de adobe y paja al calor de una pequeña hoguera.
En esta aldea reinaba un anciano jefe, un cacique que había sido testigo desde niño de la angustia de su gente, cuando tuvieron que escapar, el sufrimiento le dio sabiduría y gobernó por muchos años la aldea, pero todos sabían que su fin estaba cerca, él también lo sabía. Debía, antes de morir, heredar el trono al guerrero más valiente de la tribu, aquel que cumpla con el sacrificado deber de guiar a su pueblo en armonía. No era tarea fácil, aunque cualquier guerrero estuviera dispuesto, el cacique debía escoger a aquel cuya mente fresca, pueda ser guiada por los dioses y cuyo corazón limpio, pueda tener el valor para no dudar.

Como si los dioses hubiesen escuchado sus pensamientos, y porque las grandes decisiones nunca son fáciles de tomar, sucedió que un animal salvaje, tan grande como un hombre fuerte, atacó la aldea cuando los hombres estaban en el campo y se llevó a un niño recién nacido. Su madre no pudo hacer nada para enfrentar a la bestia que con ojos encandelillados amenazó con cerrar las fauces en las que tenía atrapado al niño que había tomado de una cesta en el piso. Los gritos de la madre atrajeron a los hombres de vuelta que desesperados comenzaron a organizarse para buscar al pequeño. El cacique entonces decidió: aquel hombre que atrape a la bestia, sería nombrado su sucesor. Aceptado el reto, formaron cuadrillas, con lanzas y machetes y se internaron en el bosque para destruir al animal que propagó pánico y dolor entre sus mujeres. Pero antes que todos se percaten, junto con la tropa de hombres que partieron para el bosque, enceguecido por la rabia y el dolor, estaba Tupac, un niño de apenas 12 años. El no fue a atrapar a la bestia, no fue motivado por las palabras del cacique que ofrecían un trono. El fue a buscar a su hermano.
Cuando su madre regresó a su choza abatida por el dolor y la impotencia, descubre que su Tupac amado no estaba, una sensación de escalofrío le corrió por todo el cuerpo, porque conocía a su hijo, sabía lo osado que era, sabía que Tupac no medía su edad ni su fuerza, Tupac no era un niño como todos, era responsable y bondadoso, pero también aguerrido como cualquier hombre grande, de hecho ya había tenido que detenerlo algunas ocasiones anteriores, como cuando quiso enfrentarse a golpes con 6 jovencitos que se burlaron de su bravura, o la vez que tuvo que enderezarle la nariz rota después de un combate cuerpo a cuerpo con otro que le doblaba el tamaño y la fuerza, Tupac no controlaba sus impulsos y eso lo sabía su madre, así que tan pronto se dio cuenta que no estaba en su choza, sabía perfectamente que Tupac había salido a buscar a su hermano.

Adentro en lo espeso del bosque, Tupac corría entre los arbustos, suelto y veloz porque allí había jugado desde que dio sus primeros pasos, agudizaba su vista para detectar un movimiento entre las hojas, luego trepaba los árboles hasta sus copas y miraba desde lo alto a la montaña y al valle, podía ver a lo lejos el humo de las hogueras prendidas en su aldea esperándolo, sabía que estaba lejos, sabía que pronto anochecería, pero no estaba dispuesto a regresar. Buscó refugio entre los árboles para pasar la noche, percibiendo que también la noche podría traer noticias de su hermano. Así pasaron los días, así pasaron las noches. En su búsqueda incansable, Tupac se detenía por momentos y esperaba en silencio por cualquier señal, podía visualizar a su hermano en su mente, estaba acostado entre unas hojas, dormido junto a algo que le daba calor, no podía determinar qué era, pero respiraba. Concentrado en sus pensamientos creyó reconocer el lugar donde su hermano dormía, había recorrido tantas veces los bosques y las montañas que las conocía como su propio hogar.

En la aldea, la madre, en el fondo de su ser, tenía la esperanza que Tupac cumpla su deseo de regresar sano y salvo cargando en sus brazos al pequeño, intentó seguir el sendero, pero sabía que no lo lograría, caminó por el río montaña arriba hasta la vertiente madre, en busca de entendimiento, porque solo la tierra madre podría comprender su sufrimiento, solo la tierra madre había perdido como ella, tantos hijos que brotaban en el mundo, se sentó mirando al horizonte y esperó. Esperó dos días, dos meses, dos años, esperó tanto que sus ojos se cansaron de esperar, tanto que sus lágrimas se secaron en el viento y juró. Juró a la luna gigante que la cubría en la noche que si sus hijos volvían a salvo, ella daría su vida a cambio, así como la madre naturaleza da la vida por alimentar al hombre y se durmió sabiendo que su promesa sería cumplida.

Dice la leyenda que, cuando las esperanzas se habían perdido, apareció en la aldea desde la bruma de la montaña un guerrero tan grande y tan fuerte como los hombres más aguerridos, lleno de sabiduría y humildad que solo los dioses habían podido entregar, traía heridas en todo su cuerpo mostrando luchas pasadas con animales feroces, pero también traía de la mano, un niño pequeño caminando, cubierto con una piel de un animal negro, brillante y hermoso, era la piel de un enorme y feroz puma.

martes, 19 de abril de 2011

Salinas de Bolívar, Un ejemplo de comunidad

Está bien, no voy a hacer campaña, aunque tal vez alguna de mis intensiones ocultas sea rescatar los valores tradicionales que tienen los pueblos y su gente, algo que lastimosamente no provoca tanta publicidad como una buena guerra anti terrorista con cientos de cuerpos desperdigados por televisión. No desmayaré, sin embargo, lucharé desde acá por demostrar que aún existen pobladores en armonía universal y económica, aunque tenga que meterme en lo más recóndito de este planeta, encontraré lugares que logren demostrar una coexistencia sana. Acompáñenme en este nuevo recorrido y descubramos juntos cómo varios pueblos organizados logran hacer historia.
Intrigada por la fama de ésta zona, decido incluirla en mi lista de lugares significativos para visitar, así que aprovechando la viada y la guía sabia de mi padre, en aquel maravilloso viaje que hicimos juntos, fuimos para Salinas en la provincia de Bolívar, Ecuador.

Quiero imaginarme lo que cuenta la historia de este lugar: un misionero salesiano, llamado Antonio Polo, lleno de paciencia y sabiduría, llegó a estas tierras del altiplano andino, a mas de 3,550 msnm, cuando no existía carretera viable que interconecte estas parroquias por allá los años de 1970, para educar en la fe cristiana a tanto poblador indígena encontraba; una tarea colonizadora de la nueva era;  descubre en el tiempo que la gente tiene más habilidades de lo que pensaba, más ímpetu de lo que suponía y más recursos naturales de los que imaginaba, hacía falta una buena organización, así que decide emprender una misión admirable invitando a varias familias de cerca de 33 comunidades indígenas a unirse en su cruzada y dando forma a un proyecto de desarrollo autosustentable, funda la Industria de “El Salinerito” del Grupo Comunitario Salinas. 

Su nombre viene de las minas de sal que rodean las montañas de las cuales están hechas, la sal fue por cientos de años el único sustento de esta zona y todas sus aldeas se dedicaron tradicionalmente a secar la sal para poder negociarla como trueque, de hecho en la época de la colonia se pagaba la mano de obra con bloques de sal – el llamado oro blanco-, de igual cotización que el oro, de ahí proviene la palabra “salario”- nos explica el guía, mientras bajamos y subimos más de 400 peldaños bien cimentados en el perfil de la montaña hasta probar la misma agua salada que brota del corazón del cráter salino, un río subterráneo jala sales minerales de lo profundo de la tierra, el sol calienta la piedra bañada de agua salada que se evapora, dejando la sal concentrada y densa en unos cántaros, excavados para ése fin, que remontan a la época de los Incas o los “Panzaleos”, una cultura preincaica, -se prueba la densidad con un huevo, - nos cuenta el guía - si flota el huevo, el agua está lista para cocinar en paila de bronce, cobre o cerámica durante 14 a 16 horas para evaporar toda el agua, dejando sal refinada yodada y rica en minerales al fondo. Me quedo casi sin aliento, pero la fortaleza de estos pobladores me anima a seguir explorando todo lo que tienen por enseñarnos.

Nos atrae un olor delicioso a leche de vaca recién ordeñada, seguimos el rastro suave y dulzón de este aroma cremoso y caliente que nos envuelve y llegamos hasta la fábrica de Quesos Salineritos, nos dan permiso para entrar después de desinfectarnos, mi hijo quiere quedarse en los tanques de almacenamiento de leche recién llegada, el olor es tan placentero que evoca una sensación maternal inmediata; detrás de vidrios podemos ver cómo procesan, pasteurizan, cuajan y clasifican la leche y sus derivados, dando como resultado cremas, mantequillas y quesos de variedades y dimensiones increíbles, la desinfección es impecable, me impresionan los quesos de maduración 8 meses a 1 año, que miden un metro de diámetro, pesan 17 kg. y cuyo precio es de $140,00. El 95 % de las familias se dedican a este negocio, desde la ganadería, la distribución, el procesamiento, la fabricación hasta la venta, y ahora en el turismo, la artesanía y otras industrias; hay para todas las familias.
Seguimos caminando y llegamos a la producción de chocolates El Salinerito, -esto se va poniendo cada vez mejor-, originalmente se entregaba el cacao crudo a la Ferrero en Italia, ahora se procesa y produce local hasta 62 variedades de chocolates para la exportación -¡este proceso me encanta!: el cacao tostado, pilado, molido, amasado, clasificado y aromatizado es un deleite al olfato y al paladar también, porque salir de aquí sin degustar alguna de esas exóticas y deliciosas variedades de chocolate sería un pecado que el Padre Polo no me absolvería.  
Seguimos hacia la fábrica de embutidos donde nos encontramos con una producción de cárnicos entre embutidos crudos y semi-cocidos, pernil serrano, piernas de cerdo, tocinos, jamones y tocinetas, ahumados, enterrados y madurados por más de 8 meses, con una variedad para todos los gustos y sabores.
Y más producción como para saciar mi curiosidad:
Los Hongos de la variedad “Boletus” similar al Portovelo, que nacen espontáneamente en los árboles de pino que envuelven la zona y que cosechados en invierno, son secados, deshidratados, empacados y exportados hasta en un 70% para la cocina gourmet más exigente.
La industria textil, desde trasquilar la oveja, lavado de la lana, desinfección, enjuague centrifugado, secado e hilado. Esta producción se envía a una cooperativa de mujeres tejedoras que se encargan de elaborar las prendas de vestir que terminan exportándose a Alemania, Austria, EEUU y Canadá.
La industria de la soya que produce leche, quesos, yogurt, pastas, pan, galletas.
El vino orgánico de frutas silvestres, mermeladas, jaleas y dulces
El cuero seco de animales para hacer balones de fútbol, tejidos y pintados a mano uno a uno, deja impresionado a mi hijo acostumbrado a la acelerada producción industrial.
Y los objetivos no terminan aquí, los planes se orientan a hacer un Instituto como el Zamorano, escuelas agrícolas que eduquen más gente que trabaje en más proyectos, que permita que el sustento sea permanente hacia más familias, que involucre a más comunidades y más gente con conciencia venga a visitarlos para que difunda su admirable obra.
Terminamos nuestro recorrido en las tiendas artesanales que exhiben la habilidad manual de estos artesanos tan gentiles enfocados a complacer a turistas curiosos como nosotros.
  
Nos queda un sabor de nostalgia, no solo por el momento de partir, sino por la grata experiencia aprendida y el orgullo de saber que aún existen en el mundo, lugares así de asombrosos por descubrir. 

"Economía Solidaria es la que pone
en el centro a la persona humana
con su elemento de convivencia.
Esto es lo que hacemos en Salinas.
La parte económica es un
elemento invalorable para la
persona humana,
pero no es el fin"

Padre Antonio Polo.
   

miércoles, 6 de abril de 2011

Macchu Pichu - una conexión universal

Finalmente fui en búsqueda de la verdad, directo a desenmascarar a Pachacutec, lo siento, pero soy escéptica. Necesito saber si acaso es producto de la imaginación de unos cuantos metafísicos inspirados, aquello de la energía universal que provoca este punto llamado Machu Picchu.  Vamos, tienen que reconocer que da curiosidad un lugar que provoque tanto alboroto dentro y fuera de este cosmos. Acompáñenme en este viaje a lo profundo de este “Twilight zone

Si, soy escéptica, pero amo las tradiciones, leyendas y culturas de cada país, es algo que llevo dentro, desde antes que yo naciera, tal vez unas 2 o 3 vidas pasadas. Haciéndome un auto-análisis descubro que siempre me siento más contenta cuando estudio, tomo fotografías, escribo o pinto el folclore, la cultura, las casas, la gente, sus vestimentas, etc., de cada lugar al que voy. Así que cuando me propuso mi esposo conocer Machu Picchu, antes que termine de decirlo yo ya estaba en el avión.

Lima es una ciudad maravillosa, en amplio crecimiento, una ciudad metropolitana como toda capital turística andina. Bella en su estructura colonial y moderna en sus edificaciones recientes, limpia y organizada. Tampoco es mucho lo que se puede observar en tan solo un día de recorrido donde el punto principal aquí fue degustar los famosos platos típicos de la comida peruana. Nada es exageración, disfruté mucho desde el pisco hasta el choclo. Me impresionó el hecho que no llueva nunca (o casi nunca) y que existan casas que no tienen techos porque no hace falta.

El Cuzco es el atractivo que me lleva, así que me concentraré en este lugar misterioso y encantador ubicado a 3,350 msnm. Preocupada por mi posible soroche, con el que caí hospitalizada cuando visité Quito, anticipé mi llegada y nos tenían de bienvenida un delicioso té de “coca”, hace falta solo un sobrecito para calmar la curiosidad mas que el mal de altura. La venta de hoja de coca es legal en estos países andinos, pues sirve como energizante, regulador de la presión alta y de esta hoja se deriva licor, caramelos, chocolates, snacks, infusiones, bebidas aromáticas y hasta bisutería de decoración. - Es legal comprarla incluso como hoja pura, solo que si vive en Europa probablemente le quiten en aduana y vaya lío en el que se metería-, me dijo el dependiente de la tienda al verme tan impresionada comprando caramelos de coca como souvenirs… creo que estoy comenzando a deducir por donde es que comienza esto de la experiencia cósmica…

Los Incas, descendientes directos del dios sol o Inti, poblaron una vasta zona del sur del continente americano, Chile, Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia, en la misma época que los Aztecas en México o los Mayas en Centroamérica. Una cantidad de leyendas, dioses y tradiciones rodean a este imperio que lo hace enigmático y seductor. Comenzamos nuestro recorrido de la mano de Manco Capac, primer emperador Inca, que mató a sus hermanos para obtener poder y recorriendo el lago Titicaca con su hermana Mama Ocllo, por orden del dios Viracocha, el creador del mundo, plantó su vara de oro en el lugar que debía de ser erigido como centro de todo su imperio Inca, la capital del Tahuantinsuyo: El Cuzco u “ombligo del mundo”, aquí elevaría uno de los templos más importantes al dios Sol, el templo de Coricancha, al que solo se podía ingresar descalzo, en ayunas y con una carga en la espalda en señal de humildad. Ok no tengo la intensión de ir descalza, pero casi no he comido por la altura y si de carga en la espalda se trata, creo que cargo mucho peso emocional conmigo, voy con 2 de 3, espero que sea suficiente.

A medida que vamos adentrándonos en cada una de las construcciones, templos, pirámides o centros ceremoniales construidos incluso antes de la llegada de los Incas, quizás hasta antes de Cristo, voy quedándome sin palabras, no tanto por el mal de altura, porque Machu Picchu está a 2,500 msnm., sino por las obras de ingeniería construida, sorprendente. El camino del Inca, una ruta larga y estrecha que llegaba incluso hasta Chile por el sur y al Océano Pacífico por el oeste, va abriéndonos paso junto con los pobladores que la usan como trayecto normal para mover su producción o sus menesteres de un lugar a otro en gigantescos fardos soportados sobre su espalda, con un trotecito permanente que me deja impresionada, a pesar del peso su destreza y fuerza son intactas; ahora entiendo porqué veo tantas viejecitas encorvadas hasta casi topar el suelo, es el peso que cargaron en su espalda toda su vida. Miro esto y mi carga emocional va desapareciendo…

Hay tanta montaña circundante que la vista se pierde entre las nubes y el horizonte. Hay una simbiosis perfecta entre las construcciones y la geografía, con un respeto absoluto hacia el medio ambiente, construcciones de piedra, adobe, madera y paja, apoyadas o tal vez incrustadas sobre las laderas de las montañas, aprovechan la orografía del lugar para el máximo beneficio del sol y la lluvia en sus cultivos y ceremonias.  Los fenómenos naturales determinados como dioses, los animales como seres protectores, el hombre y la Pacha Mama (madre tierra) son los elementos principales de esta cosmovisión andina inca, que no domina sino que armoniza, que no explota sino que coexiste porque tienen vida. Si tan solo el hombre hoy entendiera esa correspondencia sagrada, ese equilibrio necesario que nos convierte en uno para poder ser, tal vez el camino no sería tan corto.

Subo peldaño a peldaño las mismas piedras colocadas hace cientos de años, respiro profundo y me lleno de paz, llego hasta la cima misma de los Apus, dioses de la montaña que protegen y enaltecen este santuario, camino por sus templos y sus casas, imagino su vida y sus ceremonias, sus sacerdotes y su gente, todo encaja en perfecta armonía, los rayos solares que entran por la ventana del templo, que conduce al río, que riega la tierra, que produce la siembra, que alimenta la gente, que fecunda la vida y se eterniza en el tiempo. Siento que el sol brilla diferente, estoy casi segura que no es igual, comienza una pequeña llovizna y aparece un arco iris sobre la montaña, siento un estremecimiento extraño, abajo los ríos se entrecruzan por el Valle Sagrado, el espectáculo me deja embelesada, quiero aspirarlo todo, quiero llenarme de todo, la energía que me regala el Inti, la protección que me dan los Apus, la sabiduría que me da la serpiente, la fuerza que me da el puma, la libertad que me da el cóndor, la abundancia que me da la Pacha Mama, no quiero salir de aquí… pero mi día termina y mi relato también, así que los dejo con una bendición maravillosa: Que el Inti, los Apus y la Pacha mama, los bendiga… hasta mi próximo blog.
 








      

sábado, 26 de marzo de 2011

Mi metamorfosis

Hoy amanecí diferente. Fue cuando me levanté que noté que algo no estaba como normalmente suele estar. No es la primera vez que siento esto, han habido varias veces que he sufrido esta metamorfosis, y no lograba descifrar qué era, hasta esta mañana. Tan pronto me levanté y me miré al espejo descubrí la razón. Me estoy convirtiendo en cangrejo.

Pero no de cualquier especie, soy un cangrejo ermitaño, pertenezco a la familia de los “pagurus bernhardus”, como dirían los expertos si analizaran lo que estoy viendo en este momento frente al espejo, creo divisar pequeñas antenas que salen de mi cabeza, intento agudizar mi vista y mi piel se torna color cobrizo, en un intento de frotar mis ojos porque no puedo creer lo que veo, casi me lastimo, descubro que tengo unas tenazas tan grandes que no logro apuntar a mis ojos. Lo más extraño de todo, es que me siento bien, tal vez no debería, pero me siento bien. Salgo y miro a mi alrededor para detectar otras señales de cambio, mi esposo me saluda como siempre, creo que no lo ha notado aún. Será cuestión de tiempo pienso, mientras me encierro en mi taller para pintar.

Es el comienzo de una Era que dio un paso a finales del año pasado cuando mis hijas se fueron a estudiar lejos, es normal para cualquier familia querer exportar a sus hijos a estudiar, pero el caso es que en ésta ocasión eran las mías; mis gemelas, las que nacieron justo cuando mi vida perdía sentido, las que hicieron historia conmigo en cada paso que dimos, mis compañeras de lucha, de cuentos y novelas, de risas y de llantos, de complicidades y aventuras. 20 años de entrenamiento intensivo y se fueron. Se fueron a vivir su propia vida, a luchar sus propias batallas, a construir su propia historia, porque así tiene que ser… creo que mi abdomen ha comenzado a endurecer, a puro aguantar el llanto y controlar mis emociones, mi caparazón se hace duro.

Como todo crustáceo, me corresponde acomodar mi nueva etapa, poner las cosas en su lugar nuevamente después de este desajuste emocional, comenzar de nuevo. Prefiero pensar en positivo, tomar lo bueno como la propaganda de la coca cola. Debo tapar el hueco gigante que dejaron en mi vida diaria. Hay muchos cambios internos, decido dedicarme a pintar y a escribir. Eso me transforma en ermitaño, pero me llena. Cada quien libra sus propias batallas a su manera, yo consigo ganar las mías, pero de una en una. “La vida es de los valientes”, decía mi abuelita, pero como no aclaraba si se refería a la vida humana solamente, decido ser un cangrejo valiente.

Mi metamorfosis va en proceso y mientras pasa, me fortalezco de las cosas buenas que tengo alrededor, de la lluvia que moja mi grama, del sol que me calienta en la mañana, de la discusión que me dice que existo, de la reconciliación que me dice que amo, del aire que me recuerda que vivo, del mar que me mira calmado, de la luna que comparto con mis hijas, de mi hijo y su sonrisa cómplice, de su presencia que me deja ser madre, de la bendición que siento de mis padres, de la distancia que me hace extrañarlos, de mi esposo que acolita mis pasos, de mis amigas y sus palabras de aliento, de las críticas porque me pulen, de la vida porque Dios existe, de Dios porque me da la vida, de este blog porque llegó a tí, de tí porque lees mi blog.

domingo, 20 de marzo de 2011

Una lección que no olvidaré

Hablando de todo un poco, recordaba anoche con mi amiga Rosario, los cuentos que aún tengo pendiente por contar. Tengo la impresión que probablemente haya descubierto la cura para el Alzheimer, pues con un par de copas de vino, me acordé de muchísimos, mejor comienzo a contar, antes de que el efecto me pase.
Sin embargo tengo el deber de anticiparle en esta ocasión, que si sufre del corazón o es fácilmente impresionable, usted está leyendo bajo su propio riesgo. Recomendación de mi abogado, que prefirió no leer.

Hace muchos años, no les diré cuantos, en cada vacación que podíamos, mi papá nos llevaba de recorrido por varias poblaciones de mi país, viajábamos siempre en su típica camioneta blanca doble cabina que duró varias décadas de recorridos, siempre estaba “flamante”, era la palabra favorita de mi papá cada vez que sacaba su camioneta del taller, después de bajarle la máquina por enésima vez; no tenía cinturones de seguridad, porque no era una exigencia en un principio y cuando años después lo fue, mi papá solucionó clavando una correa de pantalón arriba de la ventana, y cruzándola diagonal por el pecho se sentaba sobre la otra punta y listo, tampoco funcionaban los limpia parabrisas, había que sacar la mano en plena lluvia para moverlas más rápido o más despacio, dependiendo de la fuerza del aguacero; la palanca de cambios tenía un movimiento libre, uno debía adivinar, por la velocidad y el esfuerzo del motor en qué marcha estaba, por supuesto que mi papá la conocía tan bien que no le hacía falta adivinar, él y su camioneta flamante, eran uno solo; incluso tengo la impresión que lloró cuando alguien ofreció comprarla, un año en que yo pensaba que no se vendería sino como chatarra vieja.

Esa camionetita “flamante” nos sirvió por varios años en nuestros viajes de aventura, ya sea para participar de alguna celebración popular, descubrir algún pueblo perdido en la montaña o cuando íbamos de cacería para que mi hermano aprenda a disparar escopeta, cosa que a mi siempre me enfurecía hasta las lágrimas, porque venía como trofeo, trayendo pajaritos tan pequeñitos que los perdigones ya no dejaban ni plumas que descubrir. En fin, así fue como comencé a conocer las costumbres de mi país, entender la mentalidad de las comunidades indígenas y respetar a su gente y su cultura.

Recuerdo como si fuera ayer, (tal vez el efecto del vino ha comenzado a pasar, porque no me acuerdo donde ni hace cuantos años fue) el asunto es que llegamos a alguna festividad folclórica, en alguno de los pueblitos indígenas de mi sierra ecuatoriana, que comenzaba a festejar al Santo Patrón, en esta mezcla increíble que resultó de la introducción del cristianismo a la santería y espectáculos paganos en la época de la conquista y que aún hasta hoy se celebran con actividades heredadas por años, que van desde misas cristianas hasta danzas populares y sacrificio de animales; la gente salía de la misa del medio día, con la bendición del santo cura y el “Prioste Principal”, (nombre de honor, respeto y autoridad que se da un personaje de la comuna, elegido un año antes como el más popular, para que financie los gastos de comida y bebida que han de venir un año después); comenzaba la música con la banda de pueblo, entre flautas rústicas, bombos y platillos, unos danzantes ponían el color y el ambiente se contagiaba, mientras el licor comenzaba a recorrer por los conocidos y desconocidos que iban aglomerándose en la Plaza central.

Mi papá ubicó su camioneta en un lado de la carretera, de manera que podamos acomodarnos convenientemente para disfrutar el espectáculo que iba a comenzar y que no teníamos idea como iba a terminar.
Comienzan los fuegos artificiales, hombres, mujeres y niños se reúnen disfrazados, en espera de la llegada del Prioste principal y los Priostes menores. En medio del jolgorio, vemos salir a unos hombres a caballo ataviados elegantemente, dando a entender que eran los esperados, mientras la gente en su algarabía, danza y corea las canciones tradicionales, otros hombres traen en hombros dos troncos largos de madera, a los cuales estaban amarrados por las patas, 12 aves vivas entre gallinas, gallos, patos y gansos. La ceremonia de “Entrega de Gallo” comienza a dar forma, los Priostes rodean la plaza danzando con los troncos al hombro, cada palo con media docena de aves que aleteaban desesperadas intentando fallidamente zafarse. La gente sigue a los priostes en su danza. Una vez recorrida la plaza, los palos con sus aves, son colocados en el suelo, frente a la Iglesia. De pronto uno de los jinetes a caballo, toma la primera ave desde sus patas alzándola como trofeo, comienza a hacerla girar en el aire mientras galopa entre la gente abriéndose paso, la multitud corre detrás, siguiendo con atención los aleteos exasperados del ave, hasta que el jinete lanza el ave por los cielos lo más lejos que puede.

En un momento de aquellos que tengo grabado en mi memoria, observé uno de los rituales más impactantes de mi vida, tenía como 7 años. Veo a la gente corriendo detrás del gallo que ansía tomar vuelo y escapar de esa turba de seres humanos; sin lograrlo va cayendo al instante en que uno o varios lo agarran de donde pueden, despedazando sus partes en el intento. Unos con la cabeza, otros con las patas, alas y los más afortunados con gran parte del cuerpo, se disputan los pedazos para regresar a la plaza a mostrar su trofeo bañados en sangre, sudor y alcohol, mientras otro jinete comienza el ritual esta vez con un pato o un ganso. Así con la siguiente y la siguiente, hasta terminar con todas las aves. Pocas veces algún avispado corredor, lograba salvar la vida de alguno de estos infelices emplumados alcanzándolo antes que todos y escapando de la jauría de bárbaros que volvían por más.
Una vez finalizada la función, todos aportan satisfechos, con sus pedazos de trofeo conseguidos, para la comida general que preparan las mujeres y que durará 8 días más.

Si no hubiese tenido la apaciguada explicación de mi padre sobre lo que acabábamos de ver, seguramente en este momento, les estaría escribiendo esto desde un sanatorio mental.
Los indígenas celebran el Inti Raymi o ceremonia al dios sol y a la Pacha Mama, que es la tierra, en época de solsticio, para agradecer por las cosechas, es una tradición pagana que viene desde la época de los Incas, una herencia cultural del Tahuantinsuyo que incluye sacrificio animal, en espera de un mejor año cada vez. No hay nada por qué alarmarse. Regresamos a la camioneta mi hermano y yo, sin parpadear, tratando de asimilar la lección de folclore e historia Inca que acabábamos de presenciar, sentados desde un palco natural de tierra y grama.