BIENVENIDOS!

Un espacio entre nosotros, dedicado a liberar esa carga, ese comment reprimido a punto de explotar y que solo un buen vino y una buena charla lo saca!

Adelante este es tu espacio, comenta, critica, opina, descarga y se libre de pensar y sentir..

lunes, 28 de febrero de 2011

Requiem para la H

Qué espanto!, acabo de darme cuenta que mientras más escribo, menos letras aparecen. No es broma, si no me creen, chateen un momento con sus hijos. El lenguaje está cambiando, no sé si estamos en la presencia de una evolución o una involución de la escritura? pero de que estamos en el cambio, eso es seguro.  Hasta la Real Academia de la Lengua, aquella que me ha acompañado toda mi romántica y novelera vida, mientras soñaba con ser escritora, está admitiendo los cambios que yo me niego a aceptar. Es que simplemente no quiero. Si ya escuchar hablar a mi hermano en su lenguaje técnico, cuando intenta desesperanzada y fallidamente explicarme como funciona el http, erp, crm, etc. es toda una complicación para mi inquieto y detallista cerebro; ahora resulta que tengo que aprender este idioma jeroglífico que me dicen mis hijos al chatear y si no lo hago, me quedo incomunicada generacionalmente... Me cuesta, pero lo haré. No se preocupen, eso no significa que comience a escribir = q cht x bbm ok?
Solo elevo una súplica a la Real Academia de la Lengua, una súplica sentida desde el hondo de mi ser, que este ruego llegue a sus oídos señores por el bienestar de la olvidada H.
Había una vez hace muchos años una H, olvidada.

Hubo una época en que había  hombres y hermanos que la querían.  Hubo guerras y hambre por hacerse sus dueños, hacían hileras para honrarla y ahorrarla  y horrorosamente se hundían en la hoguera y el horrible humo del horror, cuando no la hallaban.  

Hacia harto tiempo que no me estremecía este Horror, cuando la ola  ahogó la Humanidad que no fue Hola
Pobre H, siempre olvidada, siempre abandonada. Un réquiem para la H.
Acaso será fuera de hora para no hallarla?, demasiado tarde para recordarla?

Por la H!!, por su humor y su honor. 

viernes, 25 de febrero de 2011

San José y otras hierbas

Este año, cumplí un deseo atorado desde hace años en mi agenda de pendientes. Realicé un viaje al pasado o mejor dicho al Origen, de mi familia paterna, acompañada de mi padre, era algo que tenía en espera como cuando es domingo en la noche y uno sabe que no terminó la tarea, esa misma sensación me angustiaba, porque nunca me daba el tiempo.  Hasta que llegó el momento o llegó la decisión de hacerlo. Acompañada de mi hijo, recorrí con mi papá la sierra ecuatoriana hasta llegar al punto donde todo comenzó, pero para poder relatarles el paseo, tengo que transportarlos allá conmigo.

Comencemos por ubicarnos en el tiempo: 1492 a la llegada de los españoles a América... bueno, un poco más acá, San José es una población que apareció en el mapa desde la misma llegada de los conquistadores a estas tierras o quizás antes. Diría yo que amaneció pegada a la montaña, como si perteneciera a ella, sus casas y su gente, su clima y su ambiente, tan antigua como la tierra misma, nació de la bruma montañosa que se forma cuando el clima no define su pertenencia; de repente cuando la neblina bajó, San José ya estaba allí, sus casas construidas de la mano campesina, sus calles empedradas para el paso del ganado y las carrozas, sus plazas definidas por geometría española y su gente, tan ancestral como la historia misma. No me extrañaría para nada, que encontremos el día de hoy, algún narrador testigo presencial de la conquista.

Lo cierto es que, San José nació hace cientos de años, nadie sabe cuantos cientos y se quedó así; estacionado en el tiempo, plantado al propio estilo de los colonizadores, inmerso en un paraje terrenal rodeado de montañas, que intentan proteger inútilmente a San José del obstinado frío que baja de la cordillera por las tardes y noches y del incandescente sol que quema hasta el medio día; San José se quedó pequeño, como una ventana al pasado; sus casas construidas con una mezcla de adobe con paja y sudor, pisos de tierra y cal, techos de doble altura y balcones coloniales, fueron acomodándose en el tiempo, permaneciendo firmes a ante el progreso, tal vez permitiendo la intrusión de algún elemento como el adoquín, pero invariable en su estructura y arrogancia, casas milenarias, con patios interiores, en algunos casos con fuentes de agua centrales, con varias piezas alrededor, ofrecidas como albergue temporal a los chasquis transeúntes o mensajeros caminantes del ayer y del hoy; casonas blancas con grandes puertas de madera, zaguanes largos testigos del paso de  generaciones y generaciones que regresan siempre.




San José posee una plaza central con una eterna fuente de agua en el medio, bancas de cemento, calzadas de piedra y jardines, donde los domingos después de ir a misa, los vecinos aprovechan para calentarse caminando por el parque, sacar las cobijas al sol para que abrigue la noche y  actualizar sus cuentos, mientras los chiquillos corren entre los arbustos que se resisten al maltrato y avance del tiempo. Allí se cosen las más intrincadas jácaras, entre verdades e inventos de un pueblo que anochece entre fantasmas y media luna.

Como en toda ciudad asentada siglos atrás, la Plaza Central de San José, está rodeada de callejuelas ahora adoquinadas y ubica en sus cuatro puntos cardinales, como un damero de ajedrez, al estilo de las urbes colonizadas, los estamentos más importantes para la coexistencia y beneficio de su población; la Iglesia Catedral, el edificio del Ayuntamiento, la Curia y la tienda de mi abuela.

Y no es que quiera exagerar, aunque la exageración era el pan del convivir verbal en aquellos tiempos y en los actuales en San José. Es que el bazar de mis abuelos era la proveeduría municipal: “todo lo que necesite” y literalmente era así: desde víveres, hasta botones, desde el correo hasta el telégrafo, desde la venta de lanas, hasta confección de trajes de sastre, desde tratamientos dentales hasta las curaciones para el alma desolada, se daban por 3 centavos la docena.  No es de extrañarse entonces el porqué siempre las hijas de mi abuelo estaban tan bien informadas de todo lo que sucedía en San José y sus alrededores; porque no hay ningún vecino vivo, ni muerto que se respete, que las aludidas no se jacten en conocer.

De hecho, la principal actividad, los domingos después de haber madrugado con el rosario de la aurora y asistido al cura en las misas de las 5, 6 y 7 de la mañana, consistía en revisar los anuncios de obituarios de el periódico para enterarse de los últimos fallecimientos ocurridos en los alrededores, el abuelo del vecino de la comadrita, casado con la prima del tío del compadre y acompañar en el llanto al difuntito desconocido y sus deudos que recibían con agrado la visita de solidaridad póstuma y sus lágrimas trabajadas según el “manual del llanto” de Julio Cortázar.

Esta es, otra singularidad de San José, “el compadrazgo”, no importa si se conocen o no, el vecino y sus derivados adoptan la relación de manera automática, apenas nace. No es de extrañarse que uno vaya por la calle y todos lo saluden compadréandolo amablemente; aunque no lo conozcan y peor si saben que uno forma parte de la generación de mi abuelo, aunque no haya vivido nunca en San José.

Es que es imposible no terminar siendo compadre en algún momento, cuando todos se conocen y cuando todos los acontecimientos familiares, nacimientos, bautizos, matrimonios y hasta muertes de cualquier poblador de San José tenían que pasar por la aprobación de mi abuela, que en caso de fallecidos, daba hasta el “bien morir”. Así de importante es la presencia de mi abuelo y su familia en el desarrollo de San José. Casi me atrevería a decir que no se puede separar una cosa de otra, hablar de San José, es hablar de mi familia 500 años atrás.

Y como la historia es larga y me comprometí con relatos cortos, dejaré ahí la viada, con la esperanza que vuelvan a leer mi blog y me acompañen en la aventura de recorrer mi país y el pasado.

jueves, 24 de febrero de 2011

Cuentos de mi Papá – Parte I

Sentados junto a la chimenea, una noche de invierno en Quito, en la casa de mis padres, mi hija intenta un concierto en el piano con la danza de las pulgas, mi madre y yo bosquejamos frutas en un lienzo con una taza de chocolate caliente y el crujir de la leña en el fuego abre un momento delicioso para que mi padre abandone sus pensamientos al pasado y nos cuente alguna de sus anécdotas de cuando fue niño.

"Vine a la capital al Colegio Juan Montalvo, como interno cuando tenía 12 años, fue una de las decisiones más duras que tomó mi mamá, en contra de la voluntad de mi padre, pero se mantuvo firme... " así comenzaba a contar y automáticamente nos transportábamos a su época, a sus años de juventud, pienso que mi hijo tiene la misma edad y me dan escalofríos pensar en algo así para él, lejos de mi.
"No quería que desperdicie mi vida en el mismo lugar donde nací, quería darme otras oportunidades: para ser alguien, aunque eso signifique separarme desde tan chico. Yo en la escuela me había distinguido como buen puñete, era gran peleador, pero aguantaba palizas de mi papá, porque siempre se iban a quejar con él. Les ganaba hasta en los juegos, las canicas y las patinadas en la yerba mojada que formaba una nata verde después del invierno, nos sacábamos los zapatos y patinábamos descalzos hasta quedar con la ropa hecho añicos, llegaba a mi casa y recibía otra paliza
Manuelito, el flaco, como le llamaban sus amigos, era el séptimo de 10 hermanos, nacido justo un año después que falleciera su hermano Manuel Estuardo de 1 año mayor, sus padres afligidos por el dolor, recibieron al segundo hijo Manuel Estuardo y decidieron por conveniencia o por tiempo, heredarle la misma identidad del primero.  Será por eso, o será por ser el séptimo que agarró el cansancio de su madre, mi papá se crió bajo la fuerte mano de mi abuelo y al amparo de Dios.  
Todos los días pasaba en la plaza, jugando hasta que la luz del día termine y nos llamen a comer; no podíamos quedarnos más tarde, porque no había luz eléctrica, pasaba un celador prendiendo las farolas de la plaza que permanecían prendidas hasta las 9 de la noche y tan pronto como escuchábamos los gritos desde cada casa, enseguida nos lanzábamos sobre las canicas que estábamos jugando y hacíamos “chichirimico”, quiero decir que, cogía la mayor cantidad de canicas de la tierra, me las metía en los bolsillos y salía corriendo antes que mi papá salga a buscarme y antes que mis compañeros de juego me atrapen por las canicas que les había quitado. No había quien me alcance”.
No sé si fue por tanta travesura, o por la necesidad, que su mamá decidió mandarlo a la capital. “te vas a Quito Interno” había sentenciado mi abuela, “yo lloraba todas las noches, no quería irme, sin duda mi mamá tendría sentimientos encontrados, pero inteligentemente buscó apoyo en un abogado de la familia para que me aconseje, pues mi padre le había sentenciado: - tu serás la responsable de lo que le pase a mi hijo” así que asumiendo coraje, firme como ella era, lo mandó.

Ya en la Capital, cuenta mi papá, tenía que vencer no solo el aislamiento de su familia, la tristeza, añoranza, frustración sino hasta el medio ambiente, “mi dialecto era campesino, a pesar de que habían alumnos de otros países, yo venía de un pueblo sencillo, los chicos se burlaban de mi, de mi procedencia, de mis modales, de mi forma de ser y vestir, al principio lloraba todos los días, quería regresar a mi casa, las mañanas nos levantaban a las 5 de la mañana a bañarnos en unas duchas de agua helada, para despertarnos, peor que en cuartel, entraba el Inspector con una hoja y un lápiz, y comenzaba a contar, 1, 2, 3… y teníamos que levantarnos corriendo a las duchas, el último que lo hacía, le tomaba el nombre y recibía un castigo. El colegio era muy estricto, había dos jornadas de estudios en la mañana y en la tarde, así que no había mucho tiempo libre, cada vez que nos pescaban en alguna travesura, nos castigaban eliminando la salida de fin de semana; después que uno pasa todas las semanas encerrado en el colegio, lo que más añora es salir, así que ése era el peor de los castigos, si no dormíamos a la hora señalada, si estábamos sucios o mal vestidos, tampoco salíamos el fin de semana. A pesar de eso yo tenia que pelear a trompones para defenderme: una ocasión sentado en el aula, había un compañero que me golpeaba en la cabeza cada vez, yo temeroso, porque mis papás no querían que arme problema, me aguantaba todo; hasta que una hora en que el profesor de historia no llegaba, el muchacho me molestó tanto que con furia levante la mano y le dí un golpe justo cuando entraba el profesor y me vio, mi compañero me dijo afuera nos vemos, yo tenía miedo pensando que me van a expulsar, pero a la hora del recreo, todo el colegio se enteró y subió a ver la bronca, yo llevado por el miedo y las iras fui, nos enfrascamos en golpes y le alcancé a dar una golpiza que todo el colegio se admiró y desde ahí gane una fama fabulosa. Me llegaron a respetar e inclusive los recién llegados se arrimaban a mi, para defenderlos”.

No había manera de controlar esa frustración interna de sentirse abandonado, siento la misma tristeza que él, al pensar en su adolescencia solo y extrañando su familia. Abrazo más a mi hijo mientras mi papá termina su cuento:
“Sucede que al poco tiempo de haber comenzado un nuevo año, llegó un amigo de la familia con un paquete que había mandado mi mamá, con cartas y comida, la única ilusión que tenía de vez en cuando era recibir esos paquetes que no venían con regularidad, porque no había transporte a mi pueblo sino cada mes y medio, así que cuando abrí el paquete, tenía tanta emoción, que al ver unas medias de segundo uso que habían sido zurcidas con tanto cariño por mi mamá, reaccioné, pensé en el tiempo que mi mamá pasaría cosiendo estas medias por falta de dinero y yo renegando de todo, entonces le ofrecí ser el mejor estudiante que podía ser para compensar su sacrificio y así lo hice hasta sacar mi profesión” y mientras nos cuenta esto, transportado al momento, veo unas lágrimas que bajan por sus mejillas y comprendo su sacrificio en todo su camino recorrido hasta hoy.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cuando Subí al Cotopaxi

Fue una de esas decisiones que uno toma sin pensarlo dos veces, así como cuando la emoción se contagia y uno termina diciendo si si si, aunque no esté muy seguro de lo que preguntaban. Es que yo a veces me doy cuenta que tengo el No dañado. Era un día viernes cualquiera y no teníamos nada más interesante que hacer, así que decidimos subir al Cotopaxi, exactamente a ese volcán nevado que mide 5,897 metros de altura, el segundo más alto en el Ecuador y que se considera aún como volcán activo.

En aquel entonces solo éramos mi esposo mis hijas gemelas de 7 años y yo, todas contagiadas de la energía de mi esposo, aceptamos el reto de subir hasta el primer refugio, al que prácticamente se llega en carro, de modo que la travesía no sería tan dramática después de todo.
Sabíamos que había que prepararse, ahora entiendo que hay que hacerlo con anticipación, pero como no teníamos idea clara a donde ibamos, solo pensé en el frío y llevé abrigos polares, pasamontañas y guantes. Preparé limonada, pensando en el cansancio y la sed, unas galletitas por si acaso el hambre y unos chocolates para la altura.
Emprendimos el viaje cantando emocionados, subimos el páramo del Cotopaxi admirando la flora y la fauna, tan diferente a lo que uno está acostumbrado. Menos mal que llevamos un 4 x 4 porque no hay una ruta muy fiable que digamos. Los paisajes son preciosos: los arroyos lo acompañan con aguas cristalinas que bajan de la nieve y a veces jalan pequeños copos; las llamas o alpacas que corren por las praderas frías y que llevan de piel unos abrigos parecidos a los que traia conmigo; caballos salvajes en toda su libertad, que corren por los pastizales dorados que van cambiando de tono conforme se sube la montaña; de vez en cuando un conejo o un venado; quebradas profundas que terminan en abismos eternos; un cielo impresionantemente azul, todo invita a la paz. A medida que uno se va acercando al nevado se siente el esfuerzo que hace el carro para seguir subiendo 3,000; 4,000 metros de altura, no hay problema, el auto aguanta y el paisaje lo justifica.
Llegamos con un poco de dificultad a los estacionamientos más próximos al primer refugio, 4,500 metros de altura; de hecho al refugio lo veíamos desde lejos, tan solo nos separaba un pequeño camino cuesta arriba de 300 metros entre tierra y nieve. Al fin toparíamos la verdadera nieve!, al fin jugaríamos a tirarnos bolas de nieve como lo hacen en la tv y haríamos muñequitos de nieve, si de hecho llevaba una bufanda extra! yo tomaría tantas fotos y todos seríamos felices.
Fue tanta la emoción al bajarnos del carro que no me dí cuenta en qué momento me dieron un golpe en la cabeza esos desgraciados 4,500 metros de altura!. Hasta ahí llegó mi sonrisa. Solo fue cuestión de abrir la puerta del carro para sentír de sopetón toda la altura encima mío y la falta de oxigeno y así como los páramos cambian de color conforme uno va subiendo, así comencé a cambiar de color hacia el verde olivo. Noo!, me niego a sentirme mal, mis hijas, mi esposo estan tan emocionados que tengo que seguir!. -vamos-  les dije, -ya me pasará- y comenzamos la travesía de cruzar apenas 300 metros cuesta arriba hasta el refugio.
Definitivamente no se puede subir en línea recta, hay que zigzaguear para que el cuerpo aguante, respirar profundo y caminar despacio, era eso exactamente lo que intentaba hacer, pero mi cuerpo se negaba, comencé a dar los primeros pasos intentando seguir el ritmo de mi familia, pero a medida que levantaba el pie del suelo para dar el siguiente paso, sentía que cargaba 500 libras de sobrepeso, sentía que la gravedad iba en mi contra y que otros respiraban el oxigeno que a mi me tocaba; traté varias veces, subia poco y descansaba media hora. En lo que creía que había caminado una cantidad importante, que me estaba tomando casi toda la mañana, en realidad no me había separado del auto más que unos 100 metros -No puede ser!, tengo que llegar a tomarles fotos- con ese objetivo en mi mente volvía a pararme para seguir, pero tan pronto como daba dos o tres pasos, volvía a caer rendida, de rodillas, mi corazón quería salir corriendo igual que los caballos salvajes, que ahora daban vueltas en mi cabeza, me daba rabia, impotencia, hacía un esfuerzo por caminar y no podia, de pronto mi estómago hizo presencia, necesitaba con urgencia un baño, obvio, el siguiente baño está en el refugio 200 metros mas arriba!. Un nuevo intento de pararme unos pocos pasos mas, comencé a ver a luces y caí en 4, tratando de levantar la cabeza, mi estómago me devolvió y vomité todo lo que pude y hasta lo que no. Intenté pararme nuevamente, perdí la noción de arriba y abajo y todo lo ví negro, escuché una voz de algún samaritano que me preguntaba a lo lejos si estaba bien, no pude contestar en voz alta, siempre me ha parecido graciosa esa pregunta cuando es obvio lo que ves. En todo caso, este caballero generoso, me dijo lo que yo sabía, -Señora, usted no puede subir así, está a punto de un colapso cardíaco-. Me ayudó a recostarme cabeza abajo y subió mis piernas sobre unas rocas que amontonó y me dijo que me quede así hasta que mi familia baje. NOOO, tengo que subir, tengo que subir.. las fotos que me estoy perdiendo de tomar de mis hijas en la nieve.. tengo que subir..
No se cuanto tiempo pasé así, no se si el tiempo que pasó yo estuve conciente o no, solo recuerdo que llegó mi esposo y me levantó al auto, mis hijas tampoco la habían pasado bien. En el esfuerzo por llegar al primer refugio les dio sueño, cansancio y terminaron vomitando igual. Nunca toparon la nieve, solo llegaron al refugio a usar el baño y regresaron.
En la bajada de regreso ya a nadie le importó el conejo en el camino ni el venado de porra, solo queríamos llegar a casa y dormir.
Fue una aventura que no olvidaré y recuerdo que me prometí nunca más subir al Cotopaxi, pero solo fue cuestión de que nazca mi hijo y al escucharme cada vez contar esta aventura me decía: yo también quiero subir a vomitar al Cotopaxi.

martes, 22 de febrero de 2011

Mi nombre es Yadyra

Conversaba con mi amiga Ceci, acordándome porqué me llamo Yadyra y pensé que lo mejor es de una vez contarles a todos, ya que para algo abrí este blog.

No recuerdo que edad tenía cuando le pregunté a mi mamá de dónde sacó mi nombre. Ella en su sabiduría mágica me dijo que lo había leído en algún cuento de la mitología griega y que mi nombre significaba una Musa de Inspiración para guerreros y valientes... esa metáfora contada en mi infancia, hizo que siempre sueñe con conocer mi Grecia algún día, la Grecia que dio vida a mi nombre y cuando finalmente pude visitarla, pensé que había regresado en el tiempo al lugar donde pertenecí siempre, sentí una comunicación tan directa con los templos, leyendas y sus dioses, que no dudé en ningún instante en que mi vida pasada yo realmente inspiré muchos guerreros y valientes.
Vivíamos en Ecuador y allá no es común este tipo de nombres, las mamás no se complican al momento de nombrar a sus hijos, lo que sea fácil de recordar y pronunciar, listo, por lo tanto Yadyra me daba ciertos problemas, pero no me importaba porque yo era una Musa, no todos lo sabían por supuesto, pero ese era problema de ellos no mío.
No fue sino hasta cuando llegué a Panamá en el año 99, cuando recibí un balde de agua fría a mi ego. La primera semana que fui a un almacén de venta al detal, de aquellos que venden todo a 1,99 entre ropa y equipos de sonido, cuando escuché por el altoparlante mi nombre y me costó darme cuenta que no era yo la que tenía que acudir a la llamada, sino una de las vendedoras, una morena bien puesta. Ese fue mi primer impacto, me rehuso formalmente a quitar mi esencia griega!, estaba recién llegada a este bello país y no conocía la costubre de nombrar a las hijas con tantas "x" o "y" puedan, nombres que terminan siendo impronunciables, es verdad, pero tengo que reconocer que fue un poco extraño escucharlo tan abiertamente. Solo que esta escena comenzó a repetirse, en la farmacia, en el supermercado, en la tienda del chino de la esquina y comencé a preocuparme si alguna vez mi madre en su juventud pisó Panamá e hizo las compras en "El Chocho y el Campeón".
Todo bien, ya me estaba haciendo a la idea que mi nombre era tan común como el pan con mermelada, hasta que ayer por la tarde que regresé a uno de estos almacenes típicos, encontré mi nombre grabado en una de las puertas del baño de varones que decía:  "Yadira te amo"... mi ego volvió a su lugar, me dije a mi misma: Yadyra, todavía sigues siendo inspiración de valientes.

lunes, 21 de febrero de 2011

Valle de Antón y recordando mi edad






Decidimos este fin de semana, regalarnos un break en la mitad del estress, salir de la rutina y romper con los musculos distendidos por el trabajo y las iras del dia a dia.
Un fin de semana en el Hotel Los Mandarinos, delicioso, relajante, apartado del mundanal y por la noche un concierto de ópera romántica con una cena a la luz de las velas... que más puedo pedir?
El Valle de Antón invita a la paz. Un lugar que me jala a pensar en mi jubilación deseada, aquella que pensaba darme en Grecia, en un pueblito metido en las montañas, rodeado de árboles de pino, donde el olor a pino se confunde con el olor de una buena carne asada, en una casita de madera, cerca de un río, donde el agua cristalina suena su camino empedrado al pasar y se confunde con la brisa de los árboles y las aves. Un perro labrador que me acompañe, apacible y lento como yo. Y ahí colocar mi taller. Nada fuera de lo normal, solo un cuarto con ventanales grandes esquinado, desde donde puedo ver las mañanas el mecer de los árboles y las hojas al caer, donde pueda sentir el calor del sol entrando en el atardecer.
Así será mi casita, donde recibiré a mis amigas y mi familia los fines de semana, y reiremos juntas acordándonos las locuras de juventud y madurez que de vez en cuando es bueno para la salud.
Bueno, así es El Valle de Antón. un lugar para encontrar el yo perdido.
El pequeño detalle que no consideraba en mi idílica travesía, es que aún no estoy jubilada, tengo un esposo y un hijo extremadamente demandantes, super competitivos y deportistas, cuyos planes no van tan a la mano con los míos, salvo el lugar. Porque donde yo busco paz, ellos buscan acción, donde yo busco silencio, ellos buscan desorden, donde yo voy a descansar, ellos van a hacer deporte extremo... Esa es mi realidad y los amo, justamente por todo eso.
En fin, intentando cada quien buscar sus objetivos, alquilamos caballos para.. según yo, recordando mis 15 años cuando cabalgaba en la hacienda de mi padre: recorrer la naturaleza, ver animales en su hábitat, pasear deliciosamente por los senderos de la montaña y regresar con muchas fotos que contar... pero según ellos lo que realmente pasó: carreras en campo travieza, cruzando ríos y casi quebradas, con un trote permanente que mis huesos desarticulados gritaban a cada salto, intentando sujetar apretadamente con mis piernas el vaiven para evitar el golpeteo recurrente de mi sentadera en la silla de madera, porque mi caballo no corría como en las películas suelen correr los pura sangre, NOOOO, porque mi caballo no caminaba el sendero para yo disfrutar el olor de la naturaleza, NOOO, mi caballo trotaba. Ese trotecito imprudente que sube y baja al mismo tiempo, que te hace hablar entrecortado, que mata todo ese glamour de las bañistas de bay watch... Tengo tantos moretones en mi cuerpo que parezco llegada de batalla y el más grande, donde la dignidad pierde su nombre, no puedo sentarme sin mandar una maldición al infeliz caballo, solo espero que mi peso le haya causado la misma impresión.
Después de eso, conseguí lo que yo quería, dos días de descanso absoluto, claro que no por decisión, sino por necesidad. Mientras los míos iban en busca de otra aventura en cuadrones montaña arriba, yo descansaba placidamente junto a la piscina, tratando de reubicar finalmente mis coyunturas.
Definitivamente, no es lo mismo cabalgar a los 15, que cabalgar a mi edad...

viernes, 18 de febrero de 2011

las grandes creaciones de este mundo comienzan con algo tan simple como un pensamiento..

Una tarde entre amigas, un buen vino en la mesa, es todo lo que se necesita para estirar la lengua y comenzar a ser libres.
Todo comenzó cuando en uno de aquellos momentos en que la necesidad de arrancar las barras invisibles de la jaula en la que vivo, que me llena de amor y trabajo, hizo que llame a mis amigas para una ladies nigth out.
O fue eso, o el vino saca, todo lo que el hombre se calla... y que decir de la mujer que poco es lo que callamos. Si no, entonces para que abrimos este blog.
Asi nació la idea de este Blog, sin saber mucho de tecnología, Moni propuso la idea y heme aqui atorada con este blog intentando darle forma.
Escribir no es el problema, es como sentarse a contar cuentos, anecdotas y chistes, fácil. Lo difícil es encontrarle el kit de este asunto de tecnificarse, sin que mi hijo se ría de vez en cuando, cada vez que le pregunto por dónde mismo era que tenía que clikear?
En fin. Esperemos que llegue a quien tiene que llegar, que escriba quien le de la gana de escribir, que comente al que le venga en gana, que se ría si le causó gracia, que deje al final un sabor a bouqué de flores y uvas, añejado en roble, como lo deja una buena copa de vino tinto.