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jueves, 24 de febrero de 2011

Cuentos de mi Papá – Parte I

Sentados junto a la chimenea, una noche de invierno en Quito, en la casa de mis padres, mi hija intenta un concierto en el piano con la danza de las pulgas, mi madre y yo bosquejamos frutas en un lienzo con una taza de chocolate caliente y el crujir de la leña en el fuego abre un momento delicioso para que mi padre abandone sus pensamientos al pasado y nos cuente alguna de sus anécdotas de cuando fue niño.

"Vine a la capital al Colegio Juan Montalvo, como interno cuando tenía 12 años, fue una de las decisiones más duras que tomó mi mamá, en contra de la voluntad de mi padre, pero se mantuvo firme... " así comenzaba a contar y automáticamente nos transportábamos a su época, a sus años de juventud, pienso que mi hijo tiene la misma edad y me dan escalofríos pensar en algo así para él, lejos de mi.
"No quería que desperdicie mi vida en el mismo lugar donde nací, quería darme otras oportunidades: para ser alguien, aunque eso signifique separarme desde tan chico. Yo en la escuela me había distinguido como buen puñete, era gran peleador, pero aguantaba palizas de mi papá, porque siempre se iban a quejar con él. Les ganaba hasta en los juegos, las canicas y las patinadas en la yerba mojada que formaba una nata verde después del invierno, nos sacábamos los zapatos y patinábamos descalzos hasta quedar con la ropa hecho añicos, llegaba a mi casa y recibía otra paliza
Manuelito, el flaco, como le llamaban sus amigos, era el séptimo de 10 hermanos, nacido justo un año después que falleciera su hermano Manuel Estuardo de 1 año mayor, sus padres afligidos por el dolor, recibieron al segundo hijo Manuel Estuardo y decidieron por conveniencia o por tiempo, heredarle la misma identidad del primero.  Será por eso, o será por ser el séptimo que agarró el cansancio de su madre, mi papá se crió bajo la fuerte mano de mi abuelo y al amparo de Dios.  
Todos los días pasaba en la plaza, jugando hasta que la luz del día termine y nos llamen a comer; no podíamos quedarnos más tarde, porque no había luz eléctrica, pasaba un celador prendiendo las farolas de la plaza que permanecían prendidas hasta las 9 de la noche y tan pronto como escuchábamos los gritos desde cada casa, enseguida nos lanzábamos sobre las canicas que estábamos jugando y hacíamos “chichirimico”, quiero decir que, cogía la mayor cantidad de canicas de la tierra, me las metía en los bolsillos y salía corriendo antes que mi papá salga a buscarme y antes que mis compañeros de juego me atrapen por las canicas que les había quitado. No había quien me alcance”.
No sé si fue por tanta travesura, o por la necesidad, que su mamá decidió mandarlo a la capital. “te vas a Quito Interno” había sentenciado mi abuela, “yo lloraba todas las noches, no quería irme, sin duda mi mamá tendría sentimientos encontrados, pero inteligentemente buscó apoyo en un abogado de la familia para que me aconseje, pues mi padre le había sentenciado: - tu serás la responsable de lo que le pase a mi hijo” así que asumiendo coraje, firme como ella era, lo mandó.

Ya en la Capital, cuenta mi papá, tenía que vencer no solo el aislamiento de su familia, la tristeza, añoranza, frustración sino hasta el medio ambiente, “mi dialecto era campesino, a pesar de que habían alumnos de otros países, yo venía de un pueblo sencillo, los chicos se burlaban de mi, de mi procedencia, de mis modales, de mi forma de ser y vestir, al principio lloraba todos los días, quería regresar a mi casa, las mañanas nos levantaban a las 5 de la mañana a bañarnos en unas duchas de agua helada, para despertarnos, peor que en cuartel, entraba el Inspector con una hoja y un lápiz, y comenzaba a contar, 1, 2, 3… y teníamos que levantarnos corriendo a las duchas, el último que lo hacía, le tomaba el nombre y recibía un castigo. El colegio era muy estricto, había dos jornadas de estudios en la mañana y en la tarde, así que no había mucho tiempo libre, cada vez que nos pescaban en alguna travesura, nos castigaban eliminando la salida de fin de semana; después que uno pasa todas las semanas encerrado en el colegio, lo que más añora es salir, así que ése era el peor de los castigos, si no dormíamos a la hora señalada, si estábamos sucios o mal vestidos, tampoco salíamos el fin de semana. A pesar de eso yo tenia que pelear a trompones para defenderme: una ocasión sentado en el aula, había un compañero que me golpeaba en la cabeza cada vez, yo temeroso, porque mis papás no querían que arme problema, me aguantaba todo; hasta que una hora en que el profesor de historia no llegaba, el muchacho me molestó tanto que con furia levante la mano y le dí un golpe justo cuando entraba el profesor y me vio, mi compañero me dijo afuera nos vemos, yo tenía miedo pensando que me van a expulsar, pero a la hora del recreo, todo el colegio se enteró y subió a ver la bronca, yo llevado por el miedo y las iras fui, nos enfrascamos en golpes y le alcancé a dar una golpiza que todo el colegio se admiró y desde ahí gane una fama fabulosa. Me llegaron a respetar e inclusive los recién llegados se arrimaban a mi, para defenderlos”.

No había manera de controlar esa frustración interna de sentirse abandonado, siento la misma tristeza que él, al pensar en su adolescencia solo y extrañando su familia. Abrazo más a mi hijo mientras mi papá termina su cuento:
“Sucede que al poco tiempo de haber comenzado un nuevo año, llegó un amigo de la familia con un paquete que había mandado mi mamá, con cartas y comida, la única ilusión que tenía de vez en cuando era recibir esos paquetes que no venían con regularidad, porque no había transporte a mi pueblo sino cada mes y medio, así que cuando abrí el paquete, tenía tanta emoción, que al ver unas medias de segundo uso que habían sido zurcidas con tanto cariño por mi mamá, reaccioné, pensé en el tiempo que mi mamá pasaría cosiendo estas medias por falta de dinero y yo renegando de todo, entonces le ofrecí ser el mejor estudiante que podía ser para compensar su sacrificio y así lo hice hasta sacar mi profesión” y mientras nos cuenta esto, transportado al momento, veo unas lágrimas que bajan por sus mejillas y comprendo su sacrificio en todo su camino recorrido hasta hoy.

3 comentarios:

  1. Como de antologia...fascinante; es como si fuese la historia de mi vida. Me he transportado intensamente con tu relato a momentos, lugares y circunstancias casi similares ya que alguna vez vivi momentos como tal cuando solia jugar con las canicas a la bomba, el regimen militar cuando estuve en el servicio militar y la adolescencia en el colegio cuando me decian mano de piedra por las peleas afuera del colegio. Yady, eres sensacional. Seguire disfrutando y buscando de tus escritos ansciosamente. Felicidades :)

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  2. Gracias Jorge, comentarios como este, son los que me animan a seguir. Me alegro que te gusten mis relatos y espero que los sigas disfrutando. Puedes añadirte como seguidor y siempre recibirás actualizaciones de nuevas entradas.
    Yady

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  3. Me encantó!!!
    Es impresionante la facilidad con la que transportas al lector, al lugar que describes...
    Apoyo fervientemente la moción que escribas un libro, sería fascinante.
    Un abrazo
    Miryam

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