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lunes, 21 de febrero de 2011

Valle de Antón y recordando mi edad






Decidimos este fin de semana, regalarnos un break en la mitad del estress, salir de la rutina y romper con los musculos distendidos por el trabajo y las iras del dia a dia.
Un fin de semana en el Hotel Los Mandarinos, delicioso, relajante, apartado del mundanal y por la noche un concierto de ópera romántica con una cena a la luz de las velas... que más puedo pedir?
El Valle de Antón invita a la paz. Un lugar que me jala a pensar en mi jubilación deseada, aquella que pensaba darme en Grecia, en un pueblito metido en las montañas, rodeado de árboles de pino, donde el olor a pino se confunde con el olor de una buena carne asada, en una casita de madera, cerca de un río, donde el agua cristalina suena su camino empedrado al pasar y se confunde con la brisa de los árboles y las aves. Un perro labrador que me acompañe, apacible y lento como yo. Y ahí colocar mi taller. Nada fuera de lo normal, solo un cuarto con ventanales grandes esquinado, desde donde puedo ver las mañanas el mecer de los árboles y las hojas al caer, donde pueda sentir el calor del sol entrando en el atardecer.
Así será mi casita, donde recibiré a mis amigas y mi familia los fines de semana, y reiremos juntas acordándonos las locuras de juventud y madurez que de vez en cuando es bueno para la salud.
Bueno, así es El Valle de Antón. un lugar para encontrar el yo perdido.
El pequeño detalle que no consideraba en mi idílica travesía, es que aún no estoy jubilada, tengo un esposo y un hijo extremadamente demandantes, super competitivos y deportistas, cuyos planes no van tan a la mano con los míos, salvo el lugar. Porque donde yo busco paz, ellos buscan acción, donde yo busco silencio, ellos buscan desorden, donde yo voy a descansar, ellos van a hacer deporte extremo... Esa es mi realidad y los amo, justamente por todo eso.
En fin, intentando cada quien buscar sus objetivos, alquilamos caballos para.. según yo, recordando mis 15 años cuando cabalgaba en la hacienda de mi padre: recorrer la naturaleza, ver animales en su hábitat, pasear deliciosamente por los senderos de la montaña y regresar con muchas fotos que contar... pero según ellos lo que realmente pasó: carreras en campo travieza, cruzando ríos y casi quebradas, con un trote permanente que mis huesos desarticulados gritaban a cada salto, intentando sujetar apretadamente con mis piernas el vaiven para evitar el golpeteo recurrente de mi sentadera en la silla de madera, porque mi caballo no corría como en las películas suelen correr los pura sangre, NOOOO, porque mi caballo no caminaba el sendero para yo disfrutar el olor de la naturaleza, NOOO, mi caballo trotaba. Ese trotecito imprudente que sube y baja al mismo tiempo, que te hace hablar entrecortado, que mata todo ese glamour de las bañistas de bay watch... Tengo tantos moretones en mi cuerpo que parezco llegada de batalla y el más grande, donde la dignidad pierde su nombre, no puedo sentarme sin mandar una maldición al infeliz caballo, solo espero que mi peso le haya causado la misma impresión.
Después de eso, conseguí lo que yo quería, dos días de descanso absoluto, claro que no por decisión, sino por necesidad. Mientras los míos iban en busca de otra aventura en cuadrones montaña arriba, yo descansaba placidamente junto a la piscina, tratando de reubicar finalmente mis coyunturas.
Definitivamente, no es lo mismo cabalgar a los 15, que cabalgar a mi edad...

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