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jueves, 21 de abril de 2011

El Guerrero Tupac

Eran las 2 de la tarde en el aeropuerto de Lima, después de haber viajado desde las 6 de la mañana en interconexiones, decidimos sentarnos a esperar, con un café y un helado, hasta que el tiempo camine lo suyo para nuestro siguiente vuelo de vuelta a casa. Nos envolvemos en la lectura de cada libro que tenemos en la mano, de vez en cuando paramos, intercambiamos impresiones, frases o simplemente nos reímos. Disfruto tanto su compañía que no puedo creer que tan solo tenga 12 años mi hijo. De repente me dieron ganas de contarle un cuento, uno de aquellos que solía inventar para que duerma cuando era pequeño. Le ofrezco hacerlo tan pronto subamos al avión.

Había una vez, hace muchos, muchos años, una aldea pequeñita, de pocos pobladores que vivían en el interior de la montaña, allá lejos arriba cruzando las nubes, donde la vista se pierde entre la neblina gris que va cubriendo los pinos. Si hubieses querido encontrarlos, no hubieses podido, porque el acceso era casi imposible, no había carreteras ni estrechos caminos de cruce, y era porque la gente simplemente no quería ser encontrada, tampoco necesitaba salir de allí. Habían llegado hace varios años, buscando un lugar donde refugiarse, no tanto del frío sino de la muerte que rondaba en ésa época toda la zona, cuando los conquistadores llegaron a apropiarse de sus casas, sus campos y su gente. Pocos fueron los que se salvaron y aunque heridos por tanta batalla, pudieron escapar algunos para salvar a sus mujeres y sus niños. Así fue como encontraron este valle, escondido en la alta montaña y protegido por la madre tierra, enclavado entre rocas y peñascos como guardianes de sus valores, entre sabios árboles centenarios y curativos pinos milenarios, alimentados por una vertiente de agua cristalina que brotaba del corazón del mundo, decidieron hacer aquí su aldea y poblarla para defender su raza del exterminio. Con el paso del tiempo su piel se acostumbró al frío páramo de la montaña, sus dedos al duro trabajo de la helada tierra, sus vestidos eran tomados de la piel de alpacas que pastaban libres, la lana de borregos servía para cobijarse en las largas noches de invierno, cuando la temperatura bajaba de cero y les permitía levantarse pronto del trabajo para refugiarse en sus chozas de adobe y paja al calor de una pequeña hoguera.
En esta aldea reinaba un anciano jefe, un cacique que había sido testigo desde niño de la angustia de su gente, cuando tuvieron que escapar, el sufrimiento le dio sabiduría y gobernó por muchos años la aldea, pero todos sabían que su fin estaba cerca, él también lo sabía. Debía, antes de morir, heredar el trono al guerrero más valiente de la tribu, aquel que cumpla con el sacrificado deber de guiar a su pueblo en armonía. No era tarea fácil, aunque cualquier guerrero estuviera dispuesto, el cacique debía escoger a aquel cuya mente fresca, pueda ser guiada por los dioses y cuyo corazón limpio, pueda tener el valor para no dudar.

Como si los dioses hubiesen escuchado sus pensamientos, y porque las grandes decisiones nunca son fáciles de tomar, sucedió que un animal salvaje, tan grande como un hombre fuerte, atacó la aldea cuando los hombres estaban en el campo y se llevó a un niño recién nacido. Su madre no pudo hacer nada para enfrentar a la bestia que con ojos encandelillados amenazó con cerrar las fauces en las que tenía atrapado al niño que había tomado de una cesta en el piso. Los gritos de la madre atrajeron a los hombres de vuelta que desesperados comenzaron a organizarse para buscar al pequeño. El cacique entonces decidió: aquel hombre que atrape a la bestia, sería nombrado su sucesor. Aceptado el reto, formaron cuadrillas, con lanzas y machetes y se internaron en el bosque para destruir al animal que propagó pánico y dolor entre sus mujeres. Pero antes que todos se percaten, junto con la tropa de hombres que partieron para el bosque, enceguecido por la rabia y el dolor, estaba Tupac, un niño de apenas 12 años. El no fue a atrapar a la bestia, no fue motivado por las palabras del cacique que ofrecían un trono. El fue a buscar a su hermano.
Cuando su madre regresó a su choza abatida por el dolor y la impotencia, descubre que su Tupac amado no estaba, una sensación de escalofrío le corrió por todo el cuerpo, porque conocía a su hijo, sabía lo osado que era, sabía que Tupac no medía su edad ni su fuerza, Tupac no era un niño como todos, era responsable y bondadoso, pero también aguerrido como cualquier hombre grande, de hecho ya había tenido que detenerlo algunas ocasiones anteriores, como cuando quiso enfrentarse a golpes con 6 jovencitos que se burlaron de su bravura, o la vez que tuvo que enderezarle la nariz rota después de un combate cuerpo a cuerpo con otro que le doblaba el tamaño y la fuerza, Tupac no controlaba sus impulsos y eso lo sabía su madre, así que tan pronto se dio cuenta que no estaba en su choza, sabía perfectamente que Tupac había salido a buscar a su hermano.

Adentro en lo espeso del bosque, Tupac corría entre los arbustos, suelto y veloz porque allí había jugado desde que dio sus primeros pasos, agudizaba su vista para detectar un movimiento entre las hojas, luego trepaba los árboles hasta sus copas y miraba desde lo alto a la montaña y al valle, podía ver a lo lejos el humo de las hogueras prendidas en su aldea esperándolo, sabía que estaba lejos, sabía que pronto anochecería, pero no estaba dispuesto a regresar. Buscó refugio entre los árboles para pasar la noche, percibiendo que también la noche podría traer noticias de su hermano. Así pasaron los días, así pasaron las noches. En su búsqueda incansable, Tupac se detenía por momentos y esperaba en silencio por cualquier señal, podía visualizar a su hermano en su mente, estaba acostado entre unas hojas, dormido junto a algo que le daba calor, no podía determinar qué era, pero respiraba. Concentrado en sus pensamientos creyó reconocer el lugar donde su hermano dormía, había recorrido tantas veces los bosques y las montañas que las conocía como su propio hogar.

En la aldea, la madre, en el fondo de su ser, tenía la esperanza que Tupac cumpla su deseo de regresar sano y salvo cargando en sus brazos al pequeño, intentó seguir el sendero, pero sabía que no lo lograría, caminó por el río montaña arriba hasta la vertiente madre, en busca de entendimiento, porque solo la tierra madre podría comprender su sufrimiento, solo la tierra madre había perdido como ella, tantos hijos que brotaban en el mundo, se sentó mirando al horizonte y esperó. Esperó dos días, dos meses, dos años, esperó tanto que sus ojos se cansaron de esperar, tanto que sus lágrimas se secaron en el viento y juró. Juró a la luna gigante que la cubría en la noche que si sus hijos volvían a salvo, ella daría su vida a cambio, así como la madre naturaleza da la vida por alimentar al hombre y se durmió sabiendo que su promesa sería cumplida.

Dice la leyenda que, cuando las esperanzas se habían perdido, apareció en la aldea desde la bruma de la montaña un guerrero tan grande y tan fuerte como los hombres más aguerridos, lleno de sabiduría y humildad que solo los dioses habían podido entregar, traía heridas en todo su cuerpo mostrando luchas pasadas con animales feroces, pero también traía de la mano, un niño pequeño caminando, cubierto con una piel de un animal negro, brillante y hermoso, era la piel de un enorme y feroz puma.

3 comentarios:

  1. woww!!! no podia parar de leerlo!! moria por saber el final! jajaja que interesantee! por Dios mujer escribe un libro! te juro que te lo comproo jajaja me encantoo! te amoooo

    -tu hija bella y hermosa

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  2. gracias por ese woww!! me emociona que te guste tanto. Ya vendrá el momento para escribir mis cuentos o la historia de mi vida... Eres bella por supuesto!

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  3. Que cuento mas bonito, pero no esta tan lejos de la realidad. Conosco un pueblo en cual la diaspora sucedio exactamente como relatado por su cuento. Es el Pueblo de los Kunas, que salieron de su tierra natal de la region del Choco de Colombia a llegar a las islas de San Blas. Hasta el dia de hoy no se comprende como sobrevivieron esta travesia llena de dolor y peligro.

    Es un cuento muy bello. Le felizito por esta imaginacion tan poderosa.

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